Angel Cappa - La Manipulación de los medios

martes, 29 de abril de 2008


Por Angel Cappa (*)

Hace mucho tiempo ya que los medios de comunicación han dejado de ser un instrumento de la democracia. "Algo ha dejado de funcionar en nuestros medios masivos de comunicación", dice Ignacio Ramonet, director de Le Monde Diplomatique y agrega:"por eso, la información -o sea la desinformación- se ha convertido en una de las principales amenazas de nuestras democracias a la hora de la globalización económica". Acumulados en muy pocas manos -cada vez la concentración es mayor- los medios son voceros del poder y por si mismos significan también parte del poder. Seguimos leyendo a Ramonet: "A la hora de la globalización los principales poderes son el poder económico y el poder mediático. El poder político llega en tercer lugar. Y el poder económico cuando se alía al poder mediático constituye una enorme palanca capaz de hacer temblar a cualquier poder político". Los mecanismos de manipulación que manejas son tantos y a veces tan evidentes que resultan inconcebibles. "El Lavado de cerebros en libertad es más eficaz que en las dictaduras", dice Noam Chomsky y sin duda ese es el propósito de las empresas que manejan los medios. Hacernos ver que la realidad actual no solo es la única posible sino la mejor. Aceptar el capitalismo global que genera millones de hambrientos, de muertes por enfermedades curables (cada 3 segundos y medio muere un niño menor de 5 años por ese motivo), como un hecho de la naturaleza. Los medios nos mienten sin escrúpulo alguno, nos confunden, nos aislan, para que no pensemos que un mundo mejor es posible, para que no reclamemos nuestros derechos. Y entre los principales, el derecho a la información. Tenemos derecho a estar informados, para poder decidir sobre la realidad de nuestras vidas. Milton Friedman, el economista norteamericano fundador de la tenebrosa escuela de Chicago, decía que "producir ganancias es la esencia misma de la democracia", cuando en realidad la democracia tienen como finalidad que la gente decida su propia vida. Lo de las ganancias, como dice Chomsky "es una patología de nuestras sociedades, adosada a estructuras particulares. En una sociedad decente, agrega Chomsky, esta preocupación por la ganancia sería marginal". Los medios masivos trabajan para que no nos preocupemos por entender esta realidad que nos oprime y así evitar que intentemos cambiarla. Por eso nos mienten permanentemente, o nos ocultan o nos desfiguran los hechos. Basta con recordad los motivos que esgrimió EEUU para invadir Irak, las pruebas falsas que presentaron ante la ONU, preparadas para engañar al mundo. La farsa de las armas de destrucción masiva y tantas otras cosas que escondían los verdaderos propósito del imperio. Sería aburrido por interminable, la lista de atropellos que cometen diariamente los medios de comunicación. Decía hace muchos años Scalabrini Ortiz que lo peor de los medios es que nos hacen creer que las ideas que nos transmiten son nuestras. Terminamos pensando como ellos quieren y creyendo que es un pensamiento propio. Por eso es más que necesario que vayamos construyendo nuestros propios medios de comunicación. Aprovechar la tecnología actual para nosotros mismos ir descubriendo la realidad que nos tergiversan. Es una tarea imprescindible, a la que hay que unir el desenmascaramiento de los medios masivos más importantes. Ir desmantelando la realidad que nos fabrican, haciendo evidentes sus mentiras. De esa manera iremos formando nuestra propia conciencia y nos iremos animando a creer que otro mundo es posible, y que podemos hacer algo para vivir en un mundo mas justo, más libre. Me alegra mucho que haya espacios como este que hoy me brindan, donde cada uno pueda aportar lo que considere necesario sobre lo que estoy tratando de decir. Soy optimista cuando veo a la gente joven en tareas de esta naturaleza. Gente a la que no la han vencido, ni engañado. Les mando un abrazo. Y la seguimos.

(*) El autor es entrenador de fútbol y profesor en Filosofía.

Angel Cappa

En los albores de la Democracia fue cuando conocí a Ángel Cappa. Sucedió por entonces, cuando en el fútbol las ideologías no eran descartables y uno debía indefectiblemente pararse de un lado de la calle.
Un tipo comprometido, Ángel. Fue amigo de mi viejo desde que volvió del exilio para dirigir a Banfield. Jamás me voy a olvidar de ese equipo con el Cabezón García, Benítez, el Pulpo Birriel. Ibamos a la cancha en el 147 azul de Pedrito a verlo. Pensar en Ángel hace que me asalten recuerdos de todo tipo: el incendio del auto en el que volvíamos de la cancha de Italiano, o cuando comíamos pizza en su departamento, mientras mirábamos el programa de Gasalla en la tele blanco y negro junto con uno de sus hijos, Bernardo. Siempre se acordó de los amigos. En el Real Madrid, en el Tenerife, en Racing, donde estuviese. Ese es su lado de la calle. En mi memoria quedó grabado el minuto de silencio que invocó cuando falleció mi viejo, o un triunfo dedicado. Leerlo hoy, en este espacio, es la confluencia de todo eso mezclado con el gusto de cederle la palabra a un grande. "Hable" Ángel, que lo leemos.

Carlos Nis - Historia de Carneros y Censura

martes, 22 de abril de 2008


Por Carlos Nis (*)

Si la burrocracia, el carnerismo, la mediocridad y la ignorancia fueran carreras universitarias, la Agencia Nacional de Noticias, Télam, lugar donde florecen los seres que denigran esta maravillosa profesión que tanto amamos los buenos, sería el lugar ideal para que esos rastreros, despreciables, rufianes y miserables hagan la licenciatura.
Vender y traicionar compañeros se convirtieron en méritos suficientes para escalar en dicha empresa a los cargos de poder y toma de decisiones, en detrimento de los honestos, que por mantener su ética y dignidad inalterables, son perseguidos, estorbados y postergados.
Trabajo en Télam desde hace doce años, en los cuales pase por cosas buenas y malas junto a tipos intachables como el ‘Chopo’ Boccalatte, quien escribió más abajo, pero la debacle del servicio informativo y el incremento de los infieles en los últimos dos años me dan pena y vergüenza.
Todo comenzó en el año 2006, tras el paro más largo en la historia de la empresa, 38 días por el despido injustificado de dos empleados que trataban de defender las arcas y la excelencia de la información.
Con la derrota consumada y la huelga levantada, los carneros y las ratas comenzaron a recibir prebendas. Los directivos empezaron a dilapidar categorías y cargos en patéticos serviles que formaron un staff de mercenarios de la información que comprometieron a los trabajadores nobles.
Pero la lucha no fue en vano, y la condena social y profesional consiguió que la mayoría de esos carneros tuvieran que refugiarse en el portal de Internet, bastión de la desinformación nacional.
Allí, en el edificio de la calle Defensa, los mercaderes con categoría descargan su frustrado poder con colaboradores y empelados contratados, a los cuales bastardean, persiguen y atropellan.
Uno de esos “generales bananeros”, de los que Alberto Olmedo parodiaba, es Carlos Juvenal hijo, traidor de la confianza de sus compañeros de la sección deportes pero, por sobretodo, quien deshonró un apellido ilustre del periodismo argentino.
Como si la ensalada de rastreros y trepadores no fuera suficiente, ahora los directivos y autoridades periodísticas condimentaron esta ensalada con desinformación y censura, algo que hace aparecer al “diario de Yrigoyen” como si fuera el Billiken.
La agencia nacional de bandera fue creada hace más de medio siglo y siempre respondió a los gobiernos de turno, sobretodo porque allí se maneja el dinero de la pauta oficial y es desde donde salen los billetes para comprar a diestra y siniestra a los medios que molestan.
Por esa razón, para el servicio periodístico de Télam no existieron los cortes de luz y la falta de agua durante el verano, los cacerolazos en apoyo al campo, la violencia en las canchas de fútbol y otros temas sensibles y molestos para el gobierno K.
Esto fue reflejado por varios medios escritos, televisivos y radiales de nivel nacional, y el diario Perfil publicó una nota sobre la desinformación en la que caía la agencia y explicando que dejaría de usar el servicio de Télam.
Esa manipulación informativa denigra y avergüenza públicamente al servicio periodístico de Télam, pero los trabajadores comprometidos con la causa trataremos que eso se termine, sosteniendo algo que no se equipara con nada: nuestra dignidad y nuestra ética.
Edward Murrow, el periodista encarnado por David Strathairn en la película “Buenas Noches, y Buena Suerte”, peleó para poder informar la verdad al pueblo norteamericano, soportó las presiones corporativas y políticas y terminó venciendo al miedo y a la represión.
Por esa razón, los buenos, los que queremos un periodismo sin censura y con verdad no debemos claudicar y, por más trillado que suene, debemos recordar que las batallas que se pierden son las que no se pelean.
Bienvenido entonces este Blog y todos aquellos que nos dejan expresarnos con libertad.

(*) El autor es periodista.

Carlos Nis

Así se maneja Télam, Carlos tendría que ir a Beijing a cubrir los Juegos Olímpicos, porque estuvo trabajando en eso durante cuatro años y porque es el más capacitado para esa cobertura. Sin embargo, no. Carlos es contestatario, prioriza la defensa de sus compañeros en lugar de su ascenso personal. Para ese tipo de eventos, la Agencia elige a otro.
Carlos Nis, testigo privilegiado de situaciones como la descripta, es, por esta razón, una voz legítima para opinar del tema. Carlos, como tantos otros compañeros de la agencia, además de testigo es víctima de estos manejos: con muchísima mas ideoneidad como periodista, le fue negada infinidad de posibilidades.
Los resultados de tales decisiones están a la vista; esperemos que la opinión de los capacitados, como en este caso la de Carlitos, prevalezca.

Mariano López Blasco - Los que hablan sin decir

miércoles, 16 de abril de 2008


Por Mariano López Blasco (*)

Basta con que un hecho de violencia sacuda a alguna de nuestras canchas para que la prensa especializada en fútbol active su metralla de lugares comunes. Un baño de conformismo y complacencia tornaría entendible la escena: se habla de prensa especializada en fútbol, no en sociedad, y menos aún se espera la recurrencia a alguna de las ciencias que se ocupan de ella. Así es que nos preparamos para escuchar siempre las mismas expresiones. “Inadaptados de siempre”, un título que muy bien le quedaría a una murga del carnaval porteño, suele ser la más pronunciada de todas a la hora de caratular a los responsables materiales de los hechos de violencia. Detrás de la citada de expresión se encolumna una tropa de sinónimos caracterizadores: “animales”, “bestias salvajes” e “irracionales”, entre otros. Y claro, las obviedades están a la orden del día. Se dicen (“El fútbol es un reflejo de la sociedad”) y se preguntan (“¿Hasta cuándo?” “¿Quién puede frenar esta locura?”).

Pero los lugares comunes no son tan nocivos como el cinismo y la desidia. A pesar de la resistencia de muchos obsecuentes, sabemos que esos “animalitos” y “bestias salvajes” son seres humanos, aún hayan cometido un delito y deban rendirle cuentas a la sociedad. El problema son quienes pretenden hacer escuela llamando “irracionales” e “inadaptados” a los barrabravas, seres que componen grupos sociales racionalmente adaptados a círculos de intereses construidos desde arriba. La violencia es mucho más que pasión mal entendida. Como diría el sociólogo Pablo Alabarces, un estudioso del tema, se trata de la manifestación de la cultura del aguante. Forjado en un campo de batalla, el aguante es un capital que los barrabravas transforman en mercancía y la venden a dirigentes de fútbol, punteros políticos y funcionarios públicos.

En tiempos en que una bandera que mide más de dos metros es vista como un revolver por los que mandan (aunque se beneficien cínicamente del revolver), el problema en nuestro medio son los que reclaman la penalización deportiva de un flagelo social, los que festejan todo lo que implique restringir, vedar, prohibir, a sabiendas de que no se trata más que de un parche barato. El problema son quienes hablan sin decir y esconden su cómodo e ignominioso silencio en los lugares comunes.

Entendemos que se hayan creado expresiones como “inadaptados de siempre”, “bestias salvajes”, “animales” e “irracionales”. Los lugares comunes del periodismo de fútbol no difieren de la noción que tenemos de ellos en cualquier situación de la cotidianeidad: en todo caso, son esas ideas que repetimos sin cuestionar. Por suerte existe el conocimiento científico que, encarnado en figuras como Alabarces, puede contrarrestar ciertos efectos provocados por nuestra querida profesión y su esencial característica de ser un potente reproductor del conocimiento de sentido común. El problema es cuando ese no cuestionamiento se convierte en una apología de la ignorancia en soberbio orgullo. Y, lo que es peor, nos conviene.

(*) El autor es periodista.

Mariano López Blasco


Jamás coincidí tanto, musicalmente hablando, con una persona como con Marianito Blasco. Nos conocimos no hace mucho, trabajando en Tycsports.com, y me sorprendió desde el primer encuentro. Es un exquisito y me enseñó a pulir mi oído. De paladar negro culturalmente, no así con el fútbol. Le gustan "los modernitos", aunque lo niegue. Y es hincha de Independiente, rara contradicción. Pero los genios las tienen y Marianito es uno de ellos. Escribe como pocos y vive la vida con la tranquilidad y la parsimonia de los que saben que las cosas les cuestan poco. Eso le cuesta detractores y hasta a veces envidia, extraño matiz que abunda en la profesión, por su gran creatividad, por su prosa poética. Una gran persona. Mi amigo. Se los presento y se los recomiendo.

Claudio Aisenberg - Mentiras verdaderas

miércoles, 9 de abril de 2008


(*) Por Claudio Aisenberg

Si se pagara un plus por pronunciar palabras huecas, en el ambiente del fútbol se formarían colas interminables para acceder al beneficio. Jugadores, técnicos, dirigentes, periodistas, empresarios, apoderados y opinólogos de difusa calaña se anotarían sin dudarlo, merecedores ellos de ser compensados por sus inclasificables aportes. Pocas veces se escuchan frases sensatas de los representantes de esta fauna. Y cuando sucede, zas: el propio emisor, que estuvo bien, sale a decir luego que estuvo mal, aunque sepa que estuvo bien pero se sienta forzado a decir que estuvo mal.
Leandro Gioda, marcador central de Independiente, hizo una declaración a la prensa el jueves último. Una entre cientos, miles de declaraciones que se hacen todos los días porque desde los micrófonos hay que pedirles declaraciones a los futbolistas. ¿Por qué deben declarar? Porque sí. Y Gioda fue sincero: "Yo no pagaría una entrada para insultar". Enseguida remató: "No me afectan los gritos de la gente". Para qué.
Dos días después, Gioda fue sonoramente insultado por gente que pagó una entrada para, entre otras cosas, insultar. Independiente perdió 3 a 1 ante Colón como local, en la cancha de Racing. Y se juzgó como verdad instalada que Gioda había quedado en offside. Hasta su propio entrenador, Miguel Angel Santoro, se lo reprochó: "Creo que él se equivocó al hacer declaraciones contra la gente, porque es un hombre público". Traducción: la gente (los hinchas de Independiente, en este caso) puede gritarle y cantarle lo que se le antoje, acordarse de su madre y de su hermana, exigir que busque trabajo en otro lado, amenazar y defenestrar. Mientras no le tire piedras ni lo agreda físicamente, todo normal. ¿Todo normal? Santoro, al menos, fue equitativo: "La gente también estuvo mal al decirle que se fuera". No se pone en cuestión el ánimo contemporizador de Santoro. Ni siquiera sus buenas intenciones. De última, el propio Gioda terminó reconociendo: "Es muy fuerte que te pidan que te vayas".
A Gioda, está claro, se le vino la caldera encima. Desbordado, concedió que "a lo mejor los insultos fueron merecidos". Uno podría apostar que ni el ex Lanús se lo cree, pero que aprendió una de las tantas funestas lecciones de este fútbol caníbal. También podría apostarse que una declaración como la que armó el revuelo habría pasado inadvertida en los años setenta y ochenta, e incluso en los utilitarios noventa. En el siglo XXI, en cambio, parece no haber nichos para la tolerancia y mucho menos para la discusión constructiva. En lugar de abrir un debate, acaso acotado pero a la vez significativo, sobre los alcances de las atribuciones que tiene un espectador que paga para ver un espectáculo deportivo, se optó por el atajo del conventillo. Seguro, pasa siempre. No por eso hay que resignarse a que siga pasando.
Gioda no pagaría una entrada para insultar. Muchos otros tampoco. Muchos otros sí lo hacen. Insultar es gratis. Y en un estadio, los que insultan son inimputables. Anónimos energúmenos, de todas las edades y capas sociales, se dedican a escupir vituperios. A quienes esto los espante, ni se les cruce por la cabeza sugerirles que bajen un cambio. No osen contradecirlos, a ver si para colmo redoblan los ataques. Gioda puede dar fe.

(*) El autor es periodista.

Claudio Aisenberg

Hace poco, una actitud generada por uno de esos acontecimientos de la vida y fundada sobre la base de mi mal genio, asaltó la relación que tengo con Claudio. Justo Claudio, el Flaco, que sufrió sin merecerlo, en las épocas de su amistad con mi padre, de los iguales arranques pasionales. Parece que el dicho popular que refiere a la manzana y el árbol no era tan descabellado: padre e hijo compartimos esa forma de plantarnos frente a las vicisitudes. Lo cierto es que en el medio de esa reacción inexplicable por parte mía, los dardos volaron en ambas direcciones y, claro, con tanto bombardeo, los recuerdos reaparecen, los sentimientos se ponen a flor de piel. Luego, con tranquilidad pensé: "qué pendejo desubicado, discutiendo en voz alta ante una trayectoria, ante un buen tipo". No dudé en pedirle perdón, lleno de vergüenza. Caballero, el Flaco, lo aceptó con alegría y ahí pensé que era el momento de pedirle esta nota. No sólo como un reconocimiento y el placer de contar con su firma, sino también para tomar prestada la posta y pedir un perdón en nombre de los Uzquiza.
Amigo del foro, te mando un abrazo.

Julio Boccalatte - La jerarquización de la obsecuencia

miércoles, 2 de abril de 2008




Por Julio Boccalatte (*)

No leo diarios. Podría decir, al estilo Groucho Marx, “nunca leería un diario de cuyo staff yo formo parte”, pero sería una verdad circunscripta: no sólo no leo Clarín, el diario (la empresa) para el que trabajo, sino que tampoco leo los demás. Si en el ejercicio de la profesión de periodista esto comprendería un pecado inadmisible, o un obstáculo manifiesto e insalvable para su desarrollo, llegué al punto que lo considero exactamente lo contrario: es más informativo no leerlos (más allá del recorrido de sus títulos por internet para medianamente saber qué esta pasando, aunque a veces no saben resolver siquiera el “qué”), que leerlos todos, incorporar sus diferentes perspectivas. Por un lado, y según bien posteó Mariano Suárez en el debut del blog, están los intereses de las empresas, de cuya existencia hay certezas cada vez más aberrantes, más abiertas, más impunes; y hay también versiones, algunas verdaderas y otras tal vez no, pero todas, siempre, verosímiles: esto es, el periodismo ha sumado razones abundantes para merecer el mismo escepticismo que generan las instituciones argentinas. Si algunos medios conservan por caso la capacidad de instalar agenda o de voltear ministros no ha de ser por su transparencia, o por su papel de detective fiel a la verdad y la justicia que tiene por definición el periodismo, sino, generalmente, por el poder económico que constituyen. Pero, por otro lado, también existe otra carencia: la de los buenos periodistas. A los que, para colmo y salvo algunas rarísimas excepciones, los niveles de indolencia instalados en las distintas redacciones los adormecen (lo mismo que nos disimulan a los malos, claramente mayoría). Esta falta de rigor informativo y de análisis, este desinterés por el crecimiento intelectual, esta comodidad de evitar la autocrítica; y al mismo tiempo, en términos corporativos, la fragmentación y ausencia de solidaridad (en definitiva los propios gestos de la sociedad); no sólo amplían el margen de las empresas para jerarquizar al obsecuente y al utilitario antes que al eficaz, sino que desembocan en la precarización cultural y laboral, en la ignorancia, otra vez en la indolencia (círculo vicioso). De nuevo Suárez: al margen están los blogs. Y los otros espacios que abra la creatividad. Las empresas, ya sabemos, tienen sus principios. Y si no nos gustan tienen otros.

(*) El autor es periodista.

Julio Boccalatte

El Chopo, como mejor le sienta que lo llamen, es sin dudas uno de los mejores periodistas que tiene el país. Postergado como tantos por ser, como el nombre del blog los reconoce, “de los buenos” tipos, que no cierran la boca ante una injusticia, que confrontan a la maquinaria a favor de los compañeros; en resumen, que dignifican la profesión. Tuve el enorme gusto de compartir trabajo con él en el diario “Olé”, lugar de donde seguramente habrá sacado mucha letra para esta gran columna que nos regaló. Fue editor de la Agencia de Noticias Télam, pasó por el Gráfico y actualmente trabaja en los Zonales del diario “Clarín”. Además, junto con su “hermano” Marcos González Cezer, es dueño de la Editorial Al Arco, otro lugar para las almas de periodistas desencantados con la actualidad de la profesión. Además, fue editor de La Legión Habla, el mejor libro de la historia del tenis. Abrazo y gracias.