Pedro Uzquiza - Homenaje al periodismo.

lunes, 17 de noviembre de 2008

Periodista de raza, noble, solidario, intransigente. Adjetivos que califican al entrañable Pedro Uzquiza, que supo darle significado a esas palabras; y a tantas más que lo transformaron en periodista, oficio que dignificó.
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Murió hace cinco años. Tenía apenas 66.
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Sus compañeros, los que aprendieron de él, hoy lo recuerdan en este sitio:
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Marcos González Cezer:
Redactor de la Agencia Nacional de Noticias Télam y dueño de la Editorial Al Arco, primer editorial independiente de literatura deportiva. Trabajó en el Cronista Comercial y en Página 12.
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Pedro Uzquiza fue, ante todo, un hombre íntegro.

Un tipo lúcido, honesto, intransigente -a veces implacable- y con convicciones.

Es curioso que haya que resaltar algo que tendría que ser moneda corriente.
Pedro fue un colega solidario, compañero de sus compañeros de trabajo y que nunca renegó de sus orígenes. Es más, hasta se jactaba de ellos. “Mi viejo repartía leche en un carro en Banfield”, decía.

Pedro amaba el periodismo. Llevaba siempre un bolsito de cuero en el que tenía cuadernos en los que tenía pegados estadísticas, historiales de campeones, goleadores, etc. En esos tiempos no había internet. Pero además, tenía concepto, fundamentaba cada opinión.

Cuando leía algo mal escrito o sin sustento se quejaba y, tocándose la cara (gesto que hacía cuando se ponía nervioso), empezaba a decir “estamos rodeados de imbéciles”.

Pedro abrazó un estilo de jugar al fútbol. Sin medir consecuencias.

Abrazó al menottismo, hasta transformarse en uno de sus defensores más fervientes.

Y luego hasta se peleó y se sintió traicionado por el propio Menotti.

Abrazó de tal modo esa forma de ver y difrutar el juego de fútbol, de defender esa línea histórica, que lo vi gritar, como un desaforado, goles de River, Boca e Independiente y de Peñarol de Montevideo, cuando Menotti fue el técnico y hasta de Tenerife , quel dirigido por Jorge Valdano, con Angel Cappa como ayudante y con Fernando Redondo como figura.

Decía, sonriendo, “Opa, Opa” o “fenomenal”- una de sus palabras preferidas- cuando festejaba un caño, una pared, un toque al pie. Los que lo conocíamos sabíamos que así, se burlaba de sus enemigos en el gusto futbolístico, a los que despreciaba.

Su gusto por una estética futbolística lo llevó a relacionarse, durante años, con colegas con los que compartió redacciones; que después lo admiraron, posteriormente lo premiaron y por último lo tildaron de “fundamentalista” en su trabajo 'sólo' por defender, sin quebrarse, sus convicciones- y mantener su misma mirada, implacable, del fútbol y sus miserias.

Sé, también, que terminó detestándolos, como a los resultadistas, sus enemigos eternos.

Tuve el privilegio de ser su amigo.

De compartir muchísimos años y hasta de firmar notas con él. Fuimos a ver fútbol y pasamos horas y horas, semanas y semanas hablando de fútbol y de política.

Me ayudó muchísimo y me enseñó cosas de la vida y del oficio.

De esas que no se aprenden en las escuelas de periodismo.

Pedro fue un aliado incondicional de la revista Al Arco, un mensuario que fundamos con Julio ‘Chopo’ Boccalatte, en 2001: escribió en el número uno y en el último, en 2002.

Un año más tarde, fundamos un sello de literatura deportiva: Ediciones Al Arco. Pedro iba a escribir el segundo título de la editorial: un trabajo sobre el fútbol y cultura.

El primer libro fue dedicado “a la memoria de Pedro Uzquiza, maestro de periodistas y defensor de una ética que hoy está casi en el olvido”.

Fue en diciembre de 2003. Pedro falleció un mes antes.

Es necesario recordarlo, cuando actualmente hay tantos payasos, imbéciles y obsecuentes en este oficio, que él honró.
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Oscar Raúl Cardoso:
Editorialista del diario Clarín.
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Más de treinta años después de haber empezado a hacer este trabajo puedo decir que he conocido mucha gente que, cada tanto, se deja ganar por el mal humor y, aunque bastante menos, también he conocido alguna personas de excelente calidad humana.
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Sólo una vez, sin embargo, conocí a alguien en quien las condiciones de cascarrabias y de buena persona fuesen igualmente intensas. Se trató de Pedro Uquiza, amigo y colega de gran capacidad.
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Aunque coincidimos en más de una redacción de diario fue en un estudio de radio -Provincia- donde casi un año trabajamos de modo más cercano. Y pocas veces, antes y después, sentí igual placer por hacer un programa de radio.
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Su calidad como periodista deportivo está más allá de lo que mis adjetivos pueden describir. Baste con decir que era bueno de verdad. Soy un convencido de quen nadie muere realmente mientras alguién el esta vida lo recuerde. En esa medida Pedro Uzquiza no se ha ido.
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Martiniano Cardoso:
Director de cine.
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Recuerdo el verano de 1991. Recuerdo una casa en la Avenida 3 de Villa Gesell. También recuerdo que mi padre estaba como corresponsal en la guerra del Golfo.

Los primeros 15 días de ese año los pasé en la costa con Pedro, Nacho y Nicolás, su primo.

Recuerdo también el día que Bati cumplía años y yo le quería hacer un regalo. Pedro busco un cuadro que le compramos juntos.

Recuerdo un día en ese verano, en el que trataba de entender por que tenía un familiar desaparecido y con mis 11 años no comprendía que significaba. Recuerdo haber llorado y a Pedro al lado mío, también llorando, que me tomaba de la cabeza diciendo que se lo habían llevado por que pensaba.

Recuerdo su pasión por el fútbol, el buen fútbol, generoso, de gambeta, siempre tratando de honrar al juego. Recuerdo el día en que Menotti debuto en Boca por segunda vez ganándole a Newells 2 a 0 y su ilusión de que al “Flaco” esa vez se le iba a dar. Ahí comprendí y abracé esa hermosa causa perdida que es el Menottismo.

Lo recuerdo persiguiéndonos a Nacho y a mi para que no fumemos diciendo “Mi amigo, la oveja Juvenal, fumaba 4 paquetes por día. ¡A los 57 el bobo le hizo PUM!”. Lo evoco y no puedo evitar sonreír por la manera neurótica en que lo decía, mientras escribo estas líneas.

También recuerdo su pasión por el tango. Un día le acerque un disco de Gotan Project y se lo hice escuchar diciéndole que si Piazzolla estuviese vivo haría tango electrónico. Termino el primer tema y me dijo “Dejate de joder!”

Pero también recuerdo una de las últimas veces que lo vi. Muy dopado, tirado en la cama, tratando de vivir hasta donde la vida lo dejase.

Recuerdo un llamado telefónico de mi madre despertándome, diciéndome que había muerto Pedro. Recuerdo descomponerme y largarme a llorar mientras mi mujer intentaba consolarme.
Recuerdo una mañana gris, lluviosa y de paraguas negros, Bati y Nacho abrazados.

Recuerdo, y esos recuerdos van a estar en mí por siempre.
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Miguel Vicente:
Editor del diario Clarín.
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Hay un rincòn en la redacciòn de Clarín en la que Pedro vive. Y cada vez que me acerco a ese lugar lo siento en toda su dimensión. Pedro nos mira con una semi sonrisa desde una foto publicada en el diario el dìa de su muerte. Se siente que està allì porque pasea su pasión por todos lados. Nos acompaña en cada partido que miramos por televisión. Salta a cabecear, se cruza como un defensor o remata al arco de cualquier equipo que enfrente a Banfield.
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Mendiga buen fútbol, putea contra el aburrimiento, los pases mal dados, la violencia.
Aparece cuando uno se acerca al carrito en busca de un café y su voz se escucha como una detonación:" Tomasoli", suele gritar. Es el reclamo para que no lo dejen afuera del café, que más que café es una invitación a una charla, a esas charlas pasionales que sólo se pueden tener con él, cualquiera fuese el tema de conversaciòn.

Pedro está ahí. Para protestar, para encapricharse, para no torcer jamás su pensamiento, para reclamar y brindar afecto con el corazón bien abierto. Para hablar de Nacho y Beatriz. Para mostrar la dignidad de su camino como muy pocos pueden mostrar.

Pasaron cinco años desde el momento en que se fue. De sentir esa puta sensación terrenal de que no está. Aunque los que tuvimos el gusto de ser sus amigos, sabemos que está. Que siempre estará ¡Salud Pedro! Por tanta vida vivida, nunca aceptaremos la muerte.
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Héctor Hugo Cardozo
Editor del diario Clarín
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Pedrito Uzquiza siempre está entre nosotros. Nos dejó un legado de lucha y de convicciones, la razón de su existencia.
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El tiempo transcurre, nosotros vamos pasando, pero aquel que supo escuchar y supo entender sabe que aquellas charlas con Pedrito, sus verdades, sus broncas y sus alegrías son una invitación a la vida. Y a asumir a cada rato nuevos desafíos.
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Pedrito está, en la memoria, en el corazón. Las fuentes, al cabo, que nos guían.
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Gustavo Flores:
Periodista. Autor del libro "Estudiantes. Historias de cien años", de editorial Al Arco.
.Period
Cinco años. ¿Qué será? ¿Será que pasa el tiempo y los recuerdos lo agigantan? ¿Será que ya es muy difícil encontrar esa clase de tipos? ¿O qué el periodismo y los periodistas de hoy vienen con envoltura distinta? No sé. Lo cierto es que Pedro el grande, cada día se hace más grande.
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¿Será que la distancia y la memoria aumentan su dimensión? ¿Y los años serán los culpables de que hoy valoremos lo que ayer era habitual? ¿Serán aquellos cafés y asados compartidos los orígenes de echarlo tanto de menos?.
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Quizás. Pero de algo estoy seguro: en otro lugar, en otro ámbito de trabajo, en otra cultura, sus principios siguen tan básicos como el primer día; sirven de guía ante cada situación compleja; marcan el camino diario. Así se fortalece el reto de seguir escribiendo, el de continuar en esta senda sinuosa del periodismo y los diarios. Quejándonos, riéndonos, disfrutándolo. Igual que él.
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Pedro fue un maestro que nunca tuvo ese rótulo. Era uno de esos maestros que enseñaban sin saberlo, que dictaba clases sin tener la más mínima intención de hacerlo, que aleccionaba con los hechos, que mostraba su dignidad a diario, con sus ejemplos, con su vida. ¿Existen mejores maestros que esos?
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Entre otras cosas me enseñó que la amistad puede ser hereditaria. Primero fui su amigo y cuando partió, el vínculo se extendió. Hoy, a su mujer y a su hijo los siento mis amigos, a pesar de los kilómetros y los paréntesis que aparecen en las vueltas de la vida.
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Cinco años pasaron. Nada. Parece que fue esta mañana el primer café que compartimos en el Lugo de la esquina. Tan lejos, tan cerca. La palabra para hoy, tanto tiempo después, es la misma que le dije tras aquel cortado: gracias Pedrito.
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Guillermo Tagliaferri
Periodista
Uno de los primeros periodistas que traté cuando ingresé al periodismo en Clarín, hace poquito más de veintiocho años, fue justamente Pedro Uzquiza. Hasta entonces para mí era solamente una firma más al pie de los comentarios, pero alcanzaron unas pocas semanas para aprender a conocer y querer a ese hombre canoso, de voz gruesa e ideales firmes.
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Aprender de sus consejos, escuchar sus experiencias, compartir un café, fueron sensaciones enriquecedoras. Con el paso del tiempo fuimos forjando una amistad. Solidario al máximo, intransigente en sus ideas, explosivo ante injusticias o agachadas, Pedro nunca torció el rumbo de su vida. Como periodista y como persona.
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Se enojaba con facilidad, puteaba sin miramientos, pero siempre iba de frente. Y la mayoría de las veces sus iras tenían justificación. No le conocí ninguna bajeza, la nobleza lo caracterizaba. Entre tanta gente que conocí en esta profesión, Pedro Uzquiza ocupa los primeros puestos del ránking.
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Pasaron cinco años ya, pero el recuerdo se mantiene, y se mantendrá, intacto.
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Liks asociados.

Alejandro Duchini - Maestros; el maestro.

lunes, 10 de noviembre de 2008


“Mucha lectura, buen archivo”. El consejo me lo dio Luis Garro, una de esas tardes en las que nos encontramos en su casa de Liniers, ubicada en una esquina de un pasaje que si mal no recuerdo se llamaba El Rastreador (si alguien sabe que me equivoco, avise, aunque no sirva de mucho). Corría el 90 y yo sentía que estaba frente a una gloria viviente del periodismo. El tipo había trabajado en varios diarios y revistas y hasta vivido en Perú, desde donde escribió para Clarín un recuadro sobre la llegada del hombre a la luna. Yo, en cambio, recién empezaba en el oficio y con menos de 20 años me sentía fascinado ante tanto conocimiento.

Luis Garro no fue uno de los periodistas más famosos pero sí uno de los mejores. No encontré en los años que llevo en la profesión otros que tuvieran tantas virtudes.

Lo conocí de casualidad, tal como suceden muchas de las grandes cosas de la vida, de esas que nos marcan para siempre, y nos encariñamos mutuamente. Era para mí el abuelo que no tuve y yo era como un nieto más para él. Entonces me recibía en su casa y nos quedábamos tardes enteras idealizando a un periodismo antiguo, de buen gusto y romántico, que se moría para darle lugar a la matanza de cerebros en que se convirtió en la actualidad.

Hablábamos de escribir y de periodistas. Me mostraba textos, me recomendaba algunos secretos y hasta me mostraba un archivo fascinante que tenía guardado en el garaje de su casa. “Todo esto va a ser para vos”, me dijo una vez en la que se anticipó a su muerte. “Todo esto” era, para mí y para cualquiera, un enorme tesoro de papeles que hoy sólo tendrían el olor de la melancolía ante tanta internet y putas madres de las que se sacan datos.

En tanto, Virginia, su esposa, nos traía café con leche y galletitas y yo no podía dejar de sentirme a gusto, como en casa. No sabía entonces que eran mis últimos años en Liniers. Después me enamoraría y me iría a otro barrio y volvería a estas calles sólo para ver a mis amigos, a mi papá y al viejo Luis, que estaba jubilado y le daba al vicio de escribir para un medio peruano. Escribía en su vieja máquina y se iba a un locutorio a mandar por fax la nota del día. El empleado que lo atendía era mi amigo y le habló de mí y Luis le dijo que lo llame, que no había problema; y lo llamé y me invitó a su casa y fui como aquel que va a la casa de su novia por primera vez. Y ojo, no me interesa repetir la palabra “casa”.

Cuando llegué estaba en el zaguán, leyendo. Yo tenía la pelota de fútbol en la cabeza y Luis me la pinchó, me metió a Gabriel García Márquez y me hizo regresar, así, al mundo de la lectura que había abandonado cuando mi adolescencia era incipiente. Leí El amor en los tiempos del cólera y quedé fascinado y empezó a recomendarme libros. Me habló de Chesterton y Borges, me aconsejó qué periodistas leer y me fue enseñando que el misterio, en los textos, siempre es una buena manera de atrapar al lector. Y me repetía: “Mucha lectura; buen archivo”. Empecé a guardar entonces recortes pero no tuve la continuidad que sí tenía él.

Después fui yo mismo, a través de sus primeras indicaciones, conociendo otros escritores y mi fascinación por la literatura regresó enseguida hasta instalarse en mi alma. Por eso, cada vez que agarro un libro me acuerdo de Luis. El olor al papel de los libros tiene para mí el recuerdo de Luis Garro como para otro el cigarrillo recuerda las noches de juergas.

No llegó a ser como mi padre pero lo quise mucho en poco tiempo. Sabía que no es común que se cruce en el camino de uno alguien así. Por eso disfrutaba de esa oportunidad. Se enojó una vez con un tipo que no me quiso pagar un trabajo en radio sólo porque yo era un iniciado. “¿Cómo no te va a pagar ese cabrón?”, me preguntó cuando le dije que la nueva vergüenza era usar a los estudiantes de periodismo para hacer el trabajo sucio a cambio de una experiencia que no es tal. Desde entonces, no volví a trabajar gratis, a pesar de que eso me costó postergar mi ingreso a la profesión.

Una noche de julio, muy fría, por cierto, lo llamé desde la estación de trenes de Chacarita. Era domingo y llovía y tenía ganas de saludarlo. Me atendió su esposa y me pedía que fuera a visitarla. Sólo por insistencia me enteré de que Luis había fallecido unas semanas antes. El mundo se me vino abajo y a los pocos días le dediqué un cuento que se titulaba Almendras amargas en homenaje a Luis y al comienzo de El amor en los tiempos del cólera que tanto le fascinaba.

Eso fue en el 92. Vaya que pasaron los años. No me quedé con su archivo si no con algo que para mí tiene más valor: su recuerdo de tipo íntegro y profesional. Heredé de él la pasión por escribir y leer. El profesionalismo se lo llevó hacia ese lugar desde el que ya no se vuelve. ¡La puta que lo extraño!

Ignacio Uzquiza - Dios está borracho

sábado, 1 de noviembre de 2008


El deporte. Hoy en día, todo está lleno de deporte. Los diarios, la televisión, mi vecino, la política. Tal vez es necesario retomar la posta que algunos periodistas ya dejaron, volver la mirada a otros tópicos para dar un poco de aire fresco. No le vendría nada mal a este blog descansar un poco e internarse en esta pequeña recorrida artística que me permití días pasados.

No fue Gilberto Gil con su increíble recital en el Gran Rex presentando “Banda Larga Cordel”, ni la obra “Baraka”, con Leyrado, Grandinetti, Arana y Marrale, dos espectáculos que presencie en las últimas semanas. Esta vez fue “María de Buenos Aires”, la operita que nació en la cabeza de Astor Piazzolla y Horacio Ferrer. Muy a mi pesar, cerró el domingo un nuevo ciclo en el Teatro Nacional Cervantes. Me descubrí, repentinamente, de pie, como todos los que me rodeaban, aplaudiendo y emocionado. La herencia que me dejó mi viejo, muy piazzoliana, pudo más y el escalofrío y la piel de gallina se apoderaron de mí.

Tuve la suerte de estar, de vivirlo. Me regocijé con el bandoneón de Néstor Marconi, con la voz de Julia Zenko y los poemas recitados por Ferrer, ese interminable talento que mezcla lo popular, con el glamour y la palabra refinada, precisa, para cerrar una oración con el ritmo necesario.

Zenko es María, de Buenos Aires. Aquella que, como dice la obra, nació un día en que "Dios estaba borracho" en un arrabal porteño. Y Julia la personifica a la perfección, alternando su voz entre algunos acordes reos y otros elegantes. La gente se estremece, los bailarines la acompañan al ritmo. Se para, cae y muere. Se sienta con las piernas abiertas, como esperando al hombre que la penetre y desde ahí aguarda, canta, sufre. Sobre el final, su personaje se pierde y tras una maravilla más que sale de su garganta, se desvanece y tira un beso al público. Quizá a algún amigo, quizá a todos los presentes. Una caricia más.

Ruego que vuelvan a darla, ruego que algún cráneo de la política la declare de interés mundial, universal. Es de las pocas cosas genuinas que nos quedan y no debemos desaprovecharlas. Es de esos espectáculos que tendrían que darse en los colegios para que los chicos aprendan un poco de Historia en detrimento de las intoxicaciones paganas que atentan contra nuestra cultura.

Desde este insignificante espacio les agradezco a los actores, a los cantantes, a la banda por las dos horas de placer. Pugno porque retornen y continúen por mucho tiempo más, porque la sala se llene de bote a bote, en todas las funciones como la despedida. Gracias Astor y Horacio. La cultura les tendrá guardado siempre un lugar entre los grandes.