Pedro Uzquiza - Homenaje al periodismo.

lunes, 17 de noviembre de 2008

Periodista de raza, noble, solidario, intransigente. Adjetivos que califican al entrañable Pedro Uzquiza, que supo darle significado a esas palabras; y a tantas más que lo transformaron en periodista, oficio que dignificó.
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Murió hace cinco años. Tenía apenas 66.
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Sus compañeros, los que aprendieron de él, hoy lo recuerdan en este sitio:
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Marcos González Cezer:
Redactor de la Agencia Nacional de Noticias Télam y dueño de la Editorial Al Arco, primer editorial independiente de literatura deportiva. Trabajó en el Cronista Comercial y en Página 12.
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Pedro Uzquiza fue, ante todo, un hombre íntegro.

Un tipo lúcido, honesto, intransigente -a veces implacable- y con convicciones.

Es curioso que haya que resaltar algo que tendría que ser moneda corriente.
Pedro fue un colega solidario, compañero de sus compañeros de trabajo y que nunca renegó de sus orígenes. Es más, hasta se jactaba de ellos. “Mi viejo repartía leche en un carro en Banfield”, decía.

Pedro amaba el periodismo. Llevaba siempre un bolsito de cuero en el que tenía cuadernos en los que tenía pegados estadísticas, historiales de campeones, goleadores, etc. En esos tiempos no había internet. Pero además, tenía concepto, fundamentaba cada opinión.

Cuando leía algo mal escrito o sin sustento se quejaba y, tocándose la cara (gesto que hacía cuando se ponía nervioso), empezaba a decir “estamos rodeados de imbéciles”.

Pedro abrazó un estilo de jugar al fútbol. Sin medir consecuencias.

Abrazó al menottismo, hasta transformarse en uno de sus defensores más fervientes.

Y luego hasta se peleó y se sintió traicionado por el propio Menotti.

Abrazó de tal modo esa forma de ver y difrutar el juego de fútbol, de defender esa línea histórica, que lo vi gritar, como un desaforado, goles de River, Boca e Independiente y de Peñarol de Montevideo, cuando Menotti fue el técnico y hasta de Tenerife , quel dirigido por Jorge Valdano, con Angel Cappa como ayudante y con Fernando Redondo como figura.

Decía, sonriendo, “Opa, Opa” o “fenomenal”- una de sus palabras preferidas- cuando festejaba un caño, una pared, un toque al pie. Los que lo conocíamos sabíamos que así, se burlaba de sus enemigos en el gusto futbolístico, a los que despreciaba.

Su gusto por una estética futbolística lo llevó a relacionarse, durante años, con colegas con los que compartió redacciones; que después lo admiraron, posteriormente lo premiaron y por último lo tildaron de “fundamentalista” en su trabajo 'sólo' por defender, sin quebrarse, sus convicciones- y mantener su misma mirada, implacable, del fútbol y sus miserias.

Sé, también, que terminó detestándolos, como a los resultadistas, sus enemigos eternos.

Tuve el privilegio de ser su amigo.

De compartir muchísimos años y hasta de firmar notas con él. Fuimos a ver fútbol y pasamos horas y horas, semanas y semanas hablando de fútbol y de política.

Me ayudó muchísimo y me enseñó cosas de la vida y del oficio.

De esas que no se aprenden en las escuelas de periodismo.

Pedro fue un aliado incondicional de la revista Al Arco, un mensuario que fundamos con Julio ‘Chopo’ Boccalatte, en 2001: escribió en el número uno y en el último, en 2002.

Un año más tarde, fundamos un sello de literatura deportiva: Ediciones Al Arco. Pedro iba a escribir el segundo título de la editorial: un trabajo sobre el fútbol y cultura.

El primer libro fue dedicado “a la memoria de Pedro Uzquiza, maestro de periodistas y defensor de una ética que hoy está casi en el olvido”.

Fue en diciembre de 2003. Pedro falleció un mes antes.

Es necesario recordarlo, cuando actualmente hay tantos payasos, imbéciles y obsecuentes en este oficio, que él honró.
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Oscar Raúl Cardoso:
Editorialista del diario Clarín.
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Más de treinta años después de haber empezado a hacer este trabajo puedo decir que he conocido mucha gente que, cada tanto, se deja ganar por el mal humor y, aunque bastante menos, también he conocido alguna personas de excelente calidad humana.
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Sólo una vez, sin embargo, conocí a alguien en quien las condiciones de cascarrabias y de buena persona fuesen igualmente intensas. Se trató de Pedro Uquiza, amigo y colega de gran capacidad.
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Aunque coincidimos en más de una redacción de diario fue en un estudio de radio -Provincia- donde casi un año trabajamos de modo más cercano. Y pocas veces, antes y después, sentí igual placer por hacer un programa de radio.
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Su calidad como periodista deportivo está más allá de lo que mis adjetivos pueden describir. Baste con decir que era bueno de verdad. Soy un convencido de quen nadie muere realmente mientras alguién el esta vida lo recuerde. En esa medida Pedro Uzquiza no se ha ido.
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Martiniano Cardoso:
Director de cine.
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Recuerdo el verano de 1991. Recuerdo una casa en la Avenida 3 de Villa Gesell. También recuerdo que mi padre estaba como corresponsal en la guerra del Golfo.

Los primeros 15 días de ese año los pasé en la costa con Pedro, Nacho y Nicolás, su primo.

Recuerdo también el día que Bati cumplía años y yo le quería hacer un regalo. Pedro busco un cuadro que le compramos juntos.

Recuerdo un día en ese verano, en el que trataba de entender por que tenía un familiar desaparecido y con mis 11 años no comprendía que significaba. Recuerdo haber llorado y a Pedro al lado mío, también llorando, que me tomaba de la cabeza diciendo que se lo habían llevado por que pensaba.

Recuerdo su pasión por el fútbol, el buen fútbol, generoso, de gambeta, siempre tratando de honrar al juego. Recuerdo el día en que Menotti debuto en Boca por segunda vez ganándole a Newells 2 a 0 y su ilusión de que al “Flaco” esa vez se le iba a dar. Ahí comprendí y abracé esa hermosa causa perdida que es el Menottismo.

Lo recuerdo persiguiéndonos a Nacho y a mi para que no fumemos diciendo “Mi amigo, la oveja Juvenal, fumaba 4 paquetes por día. ¡A los 57 el bobo le hizo PUM!”. Lo evoco y no puedo evitar sonreír por la manera neurótica en que lo decía, mientras escribo estas líneas.

También recuerdo su pasión por el tango. Un día le acerque un disco de Gotan Project y se lo hice escuchar diciéndole que si Piazzolla estuviese vivo haría tango electrónico. Termino el primer tema y me dijo “Dejate de joder!”

Pero también recuerdo una de las últimas veces que lo vi. Muy dopado, tirado en la cama, tratando de vivir hasta donde la vida lo dejase.

Recuerdo un llamado telefónico de mi madre despertándome, diciéndome que había muerto Pedro. Recuerdo descomponerme y largarme a llorar mientras mi mujer intentaba consolarme.
Recuerdo una mañana gris, lluviosa y de paraguas negros, Bati y Nacho abrazados.

Recuerdo, y esos recuerdos van a estar en mí por siempre.
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Miguel Vicente:
Editor del diario Clarín.
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Hay un rincòn en la redacciòn de Clarín en la que Pedro vive. Y cada vez que me acerco a ese lugar lo siento en toda su dimensión. Pedro nos mira con una semi sonrisa desde una foto publicada en el diario el dìa de su muerte. Se siente que està allì porque pasea su pasión por todos lados. Nos acompaña en cada partido que miramos por televisión. Salta a cabecear, se cruza como un defensor o remata al arco de cualquier equipo que enfrente a Banfield.
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Mendiga buen fútbol, putea contra el aburrimiento, los pases mal dados, la violencia.
Aparece cuando uno se acerca al carrito en busca de un café y su voz se escucha como una detonación:" Tomasoli", suele gritar. Es el reclamo para que no lo dejen afuera del café, que más que café es una invitación a una charla, a esas charlas pasionales que sólo se pueden tener con él, cualquiera fuese el tema de conversaciòn.

Pedro está ahí. Para protestar, para encapricharse, para no torcer jamás su pensamiento, para reclamar y brindar afecto con el corazón bien abierto. Para hablar de Nacho y Beatriz. Para mostrar la dignidad de su camino como muy pocos pueden mostrar.

Pasaron cinco años desde el momento en que se fue. De sentir esa puta sensación terrenal de que no está. Aunque los que tuvimos el gusto de ser sus amigos, sabemos que está. Que siempre estará ¡Salud Pedro! Por tanta vida vivida, nunca aceptaremos la muerte.
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Héctor Hugo Cardozo
Editor del diario Clarín
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Pedrito Uzquiza siempre está entre nosotros. Nos dejó un legado de lucha y de convicciones, la razón de su existencia.
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El tiempo transcurre, nosotros vamos pasando, pero aquel que supo escuchar y supo entender sabe que aquellas charlas con Pedrito, sus verdades, sus broncas y sus alegrías son una invitación a la vida. Y a asumir a cada rato nuevos desafíos.
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Pedrito está, en la memoria, en el corazón. Las fuentes, al cabo, que nos guían.
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Gustavo Flores:
Periodista. Autor del libro "Estudiantes. Historias de cien años", de editorial Al Arco.
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Cinco años. ¿Qué será? ¿Será que pasa el tiempo y los recuerdos lo agigantan? ¿Será que ya es muy difícil encontrar esa clase de tipos? ¿O qué el periodismo y los periodistas de hoy vienen con envoltura distinta? No sé. Lo cierto es que Pedro el grande, cada día se hace más grande.
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¿Será que la distancia y la memoria aumentan su dimensión? ¿Y los años serán los culpables de que hoy valoremos lo que ayer era habitual? ¿Serán aquellos cafés y asados compartidos los orígenes de echarlo tanto de menos?.
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Quizás. Pero de algo estoy seguro: en otro lugar, en otro ámbito de trabajo, en otra cultura, sus principios siguen tan básicos como el primer día; sirven de guía ante cada situación compleja; marcan el camino diario. Así se fortalece el reto de seguir escribiendo, el de continuar en esta senda sinuosa del periodismo y los diarios. Quejándonos, riéndonos, disfrutándolo. Igual que él.
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Pedro fue un maestro que nunca tuvo ese rótulo. Era uno de esos maestros que enseñaban sin saberlo, que dictaba clases sin tener la más mínima intención de hacerlo, que aleccionaba con los hechos, que mostraba su dignidad a diario, con sus ejemplos, con su vida. ¿Existen mejores maestros que esos?
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Entre otras cosas me enseñó que la amistad puede ser hereditaria. Primero fui su amigo y cuando partió, el vínculo se extendió. Hoy, a su mujer y a su hijo los siento mis amigos, a pesar de los kilómetros y los paréntesis que aparecen en las vueltas de la vida.
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Cinco años pasaron. Nada. Parece que fue esta mañana el primer café que compartimos en el Lugo de la esquina. Tan lejos, tan cerca. La palabra para hoy, tanto tiempo después, es la misma que le dije tras aquel cortado: gracias Pedrito.
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Guillermo Tagliaferri
Periodista
Uno de los primeros periodistas que traté cuando ingresé al periodismo en Clarín, hace poquito más de veintiocho años, fue justamente Pedro Uzquiza. Hasta entonces para mí era solamente una firma más al pie de los comentarios, pero alcanzaron unas pocas semanas para aprender a conocer y querer a ese hombre canoso, de voz gruesa e ideales firmes.
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Aprender de sus consejos, escuchar sus experiencias, compartir un café, fueron sensaciones enriquecedoras. Con el paso del tiempo fuimos forjando una amistad. Solidario al máximo, intransigente en sus ideas, explosivo ante injusticias o agachadas, Pedro nunca torció el rumbo de su vida. Como periodista y como persona.
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Se enojaba con facilidad, puteaba sin miramientos, pero siempre iba de frente. Y la mayoría de las veces sus iras tenían justificación. No le conocí ninguna bajeza, la nobleza lo caracterizaba. Entre tanta gente que conocí en esta profesión, Pedro Uzquiza ocupa los primeros puestos del ránking.
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Pasaron cinco años ya, pero el recuerdo se mantiene, y se mantendrá, intacto.
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Liks asociados.

Alejandro Duchini - Maestros; el maestro.

lunes, 10 de noviembre de 2008


“Mucha lectura, buen archivo”. El consejo me lo dio Luis Garro, una de esas tardes en las que nos encontramos en su casa de Liniers, ubicada en una esquina de un pasaje que si mal no recuerdo se llamaba El Rastreador (si alguien sabe que me equivoco, avise, aunque no sirva de mucho). Corría el 90 y yo sentía que estaba frente a una gloria viviente del periodismo. El tipo había trabajado en varios diarios y revistas y hasta vivido en Perú, desde donde escribió para Clarín un recuadro sobre la llegada del hombre a la luna. Yo, en cambio, recién empezaba en el oficio y con menos de 20 años me sentía fascinado ante tanto conocimiento.

Luis Garro no fue uno de los periodistas más famosos pero sí uno de los mejores. No encontré en los años que llevo en la profesión otros que tuvieran tantas virtudes.

Lo conocí de casualidad, tal como suceden muchas de las grandes cosas de la vida, de esas que nos marcan para siempre, y nos encariñamos mutuamente. Era para mí el abuelo que no tuve y yo era como un nieto más para él. Entonces me recibía en su casa y nos quedábamos tardes enteras idealizando a un periodismo antiguo, de buen gusto y romántico, que se moría para darle lugar a la matanza de cerebros en que se convirtió en la actualidad.

Hablábamos de escribir y de periodistas. Me mostraba textos, me recomendaba algunos secretos y hasta me mostraba un archivo fascinante que tenía guardado en el garaje de su casa. “Todo esto va a ser para vos”, me dijo una vez en la que se anticipó a su muerte. “Todo esto” era, para mí y para cualquiera, un enorme tesoro de papeles que hoy sólo tendrían el olor de la melancolía ante tanta internet y putas madres de las que se sacan datos.

En tanto, Virginia, su esposa, nos traía café con leche y galletitas y yo no podía dejar de sentirme a gusto, como en casa. No sabía entonces que eran mis últimos años en Liniers. Después me enamoraría y me iría a otro barrio y volvería a estas calles sólo para ver a mis amigos, a mi papá y al viejo Luis, que estaba jubilado y le daba al vicio de escribir para un medio peruano. Escribía en su vieja máquina y se iba a un locutorio a mandar por fax la nota del día. El empleado que lo atendía era mi amigo y le habló de mí y Luis le dijo que lo llame, que no había problema; y lo llamé y me invitó a su casa y fui como aquel que va a la casa de su novia por primera vez. Y ojo, no me interesa repetir la palabra “casa”.

Cuando llegué estaba en el zaguán, leyendo. Yo tenía la pelota de fútbol en la cabeza y Luis me la pinchó, me metió a Gabriel García Márquez y me hizo regresar, así, al mundo de la lectura que había abandonado cuando mi adolescencia era incipiente. Leí El amor en los tiempos del cólera y quedé fascinado y empezó a recomendarme libros. Me habló de Chesterton y Borges, me aconsejó qué periodistas leer y me fue enseñando que el misterio, en los textos, siempre es una buena manera de atrapar al lector. Y me repetía: “Mucha lectura; buen archivo”. Empecé a guardar entonces recortes pero no tuve la continuidad que sí tenía él.

Después fui yo mismo, a través de sus primeras indicaciones, conociendo otros escritores y mi fascinación por la literatura regresó enseguida hasta instalarse en mi alma. Por eso, cada vez que agarro un libro me acuerdo de Luis. El olor al papel de los libros tiene para mí el recuerdo de Luis Garro como para otro el cigarrillo recuerda las noches de juergas.

No llegó a ser como mi padre pero lo quise mucho en poco tiempo. Sabía que no es común que se cruce en el camino de uno alguien así. Por eso disfrutaba de esa oportunidad. Se enojó una vez con un tipo que no me quiso pagar un trabajo en radio sólo porque yo era un iniciado. “¿Cómo no te va a pagar ese cabrón?”, me preguntó cuando le dije que la nueva vergüenza era usar a los estudiantes de periodismo para hacer el trabajo sucio a cambio de una experiencia que no es tal. Desde entonces, no volví a trabajar gratis, a pesar de que eso me costó postergar mi ingreso a la profesión.

Una noche de julio, muy fría, por cierto, lo llamé desde la estación de trenes de Chacarita. Era domingo y llovía y tenía ganas de saludarlo. Me atendió su esposa y me pedía que fuera a visitarla. Sólo por insistencia me enteré de que Luis había fallecido unas semanas antes. El mundo se me vino abajo y a los pocos días le dediqué un cuento que se titulaba Almendras amargas en homenaje a Luis y al comienzo de El amor en los tiempos del cólera que tanto le fascinaba.

Eso fue en el 92. Vaya que pasaron los años. No me quedé con su archivo si no con algo que para mí tiene más valor: su recuerdo de tipo íntegro y profesional. Heredé de él la pasión por escribir y leer. El profesionalismo se lo llevó hacia ese lugar desde el que ya no se vuelve. ¡La puta que lo extraño!

Ignacio Uzquiza - Dios está borracho

sábado, 1 de noviembre de 2008


El deporte. Hoy en día, todo está lleno de deporte. Los diarios, la televisión, mi vecino, la política. Tal vez es necesario retomar la posta que algunos periodistas ya dejaron, volver la mirada a otros tópicos para dar un poco de aire fresco. No le vendría nada mal a este blog descansar un poco e internarse en esta pequeña recorrida artística que me permití días pasados.

No fue Gilberto Gil con su increíble recital en el Gran Rex presentando “Banda Larga Cordel”, ni la obra “Baraka”, con Leyrado, Grandinetti, Arana y Marrale, dos espectáculos que presencie en las últimas semanas. Esta vez fue “María de Buenos Aires”, la operita que nació en la cabeza de Astor Piazzolla y Horacio Ferrer. Muy a mi pesar, cerró el domingo un nuevo ciclo en el Teatro Nacional Cervantes. Me descubrí, repentinamente, de pie, como todos los que me rodeaban, aplaudiendo y emocionado. La herencia que me dejó mi viejo, muy piazzoliana, pudo más y el escalofrío y la piel de gallina se apoderaron de mí.

Tuve la suerte de estar, de vivirlo. Me regocijé con el bandoneón de Néstor Marconi, con la voz de Julia Zenko y los poemas recitados por Ferrer, ese interminable talento que mezcla lo popular, con el glamour y la palabra refinada, precisa, para cerrar una oración con el ritmo necesario.

Zenko es María, de Buenos Aires. Aquella que, como dice la obra, nació un día en que "Dios estaba borracho" en un arrabal porteño. Y Julia la personifica a la perfección, alternando su voz entre algunos acordes reos y otros elegantes. La gente se estremece, los bailarines la acompañan al ritmo. Se para, cae y muere. Se sienta con las piernas abiertas, como esperando al hombre que la penetre y desde ahí aguarda, canta, sufre. Sobre el final, su personaje se pierde y tras una maravilla más que sale de su garganta, se desvanece y tira un beso al público. Quizá a algún amigo, quizá a todos los presentes. Una caricia más.

Ruego que vuelvan a darla, ruego que algún cráneo de la política la declare de interés mundial, universal. Es de las pocas cosas genuinas que nos quedan y no debemos desaprovecharlas. Es de esos espectáculos que tendrían que darse en los colegios para que los chicos aprendan un poco de Historia en detrimento de las intoxicaciones paganas que atentan contra nuestra cultura.

Desde este insignificante espacio les agradezco a los actores, a los cantantes, a la banda por las dos horas de placer. Pugno porque retornen y continúen por mucho tiempo más, porque la sala se llene de bote a bote, en todas las funciones como la despedida. Gracias Astor y Horacio. La cultura les tendrá guardado siempre un lugar entre los grandes.


Ezequiel Dolber - Los 15 minutos de fama, o cuando se televisa la miseria.

martes, 14 de octubre de 2008



Andy Warhol dijo, ya hace un par de décadas, que todas las personas tendrían en el futuro, al menos, 15 minutos de fama. Hoy, muchos creen ver esa profecía cumplida y estiman que hubo una suerte de “masificación” de la cultura. La afirmación se realiza, por una lado, desde los avances de Internet, y por otro, desde la “televisión realidad”. Sin embargo, la mayoría de de estos planteos se da vuelta en un parpadeo a la hora de hablar de los contenidos que producen ambos elementos. Aquí se puede escuchar opiniones y análisis que van desde la “TV Basura” hasta la consigna: “se reproduce aquello que la sociedad es”, que podríamos definir como la teoría del espejo.

Por supuesto, presenciamos un grueso error, derivado en parte, del colosal equívoco que significaría creer que hoy todos podemos ser artistas (o tenemos las mismas oportunidades de serlo). A su vez, el mismo equivoco se cometería en caso de creer que las masas cuentan con recursos para acceder a la cultura y sus distintas mercancías.

En primer lugar, la dominación de la burguesía, grosso modo, continúa, por tanto, el arte sigue orientado en un sentido capitalista. Este hecho por sí solo, engendra un proceso de descomposición, dado que la cultura se encuentra trabada/estancada en su desarrollo producto de las condiciones sociales en las cuales se organiza la sociedad. Es decir, a partir del límite concreto –o mejor dicho del agotamiento- que significa la contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas con un sistema de producción regido por intereses privados.

Es por esto que en los medios de comunicación, por ejemplo, no vemos la elaboración y sensibilidad de las masas, sino que por el contrario, asistimos a ser espectadores de las miserias del sistema, ahora recicladas en entretenimiento (y podría decirse, en asimilación). Basta ver programas como “Policías en Acción”, que con una imagen, hablan más que mil palabras.

Asimismo, en lo que respecta a Internet, es verdad que la Red amplía, parcialmente, la producción y difusión de contenidos. No obstante, no hay que dejarse llevar por la impresión. El porcentaje de la población que tiene acceso a Internet es reducida, bastante, en relación a las masas, y aún más, a lo que atañe a la utilización de las herramientas digitales. De todas maneras, nadie niega la utilidad de tal recurso, pero deben señalarse sus limitaciones, enmarcadas en el cuadro de conjunto.

El dominio empresarial de la cultura (incluida Internet) y su tendencia a la concentración, llevan a las expresiones sociales a la descomposición, producto de la mercantilización y utilización del arte con fines privados, así como a la completa alienación de los problemas cotidianos de las personas.

Dicho esto, podemos decir que en algún punto (lamentablemente) Warhol tuvo razón, en la medida en que sus palabras no iban dirigidas a socializar el arte. Warhol, como es sabido, es un artista que plegó sus intereses al capital y se convirtió en un defensor a ultranza del mismo. Por eso, él simplemente predijo la generalización de una práctica de la cual el fue un precursor: utilizar a la gente y, una vez que cumplieron sus “fines” o, se extinguieron hasta el agotamiento, seguir con la próxima víctima.

Una salida de los trabajadores a esta farsa, sigue planteada.


(*) Ezequiel Dolber es redactor del sitio infobae.com, lugar que permitió que nos conociéramos. Hoy, Ezequiel transita el mundo del periodismo así como recorre los pasillos de una carrera que le da letra para su profesión: sociología. Se lo lee y se nota: es un muchacho que promete, es una escritura que se presenta como inquieta y audaz. Navegando en las contradicciones, actualmente es redactor de la sección Mundo. Quizá sin saber realmente su vocación, puedo decir que tiene el espíritu y las ganas de un periodista de otra época.

Marisa Pontieri - Egoismo colectivo

martes, 30 de septiembre de 2008



Nunca me voy a olvidar de aquel viaje en el 26 en una exacerbada hora pico. El colectivo transitaba por una frenética Corrientes, lleno pero con bastante lugar en el fondo, y el chofer no se detuvo en una parada con tanta mala suerte para él que lo frenó el semáforo a metros de la cola de personas que acababa de ignorar. De entre ellas salió una mujer mayor que comenzó a golpearle la puerta en vano, mientras los que habían subido en la parada anterior, todavía sacando boleto, ni siquiera la miraban. Claro, ellos habían tenido la suerte de ser elegidos por la voluntad del conductor, y ya no les importaba que, de haber esperado en esa esquina, estarían abajo maldiciendo como la señora. En fin, el chofer se hizo el distraído, y hasta ahí todo transitaba por la normalidad. Pero la mujer se salió de libreto: se paró delante del coche. La escena habrá durado unos interminables cinco minutos, lapso en el cual hubo dos amagues de atropello, el acercamiento de un policía que habló mucho y no hizo nada, todo sin que el muy soberbio abriera la puerta. Hasta que al final aflojó con cara de odio. Pero lo más llamativo fue que durante todo ese tiempo, y aún cuando la señora subió, los pasajeros la insultaban y le gritaban "loca". Y yo, joven exponente de esta sociedad, no defendí a la mujer que tuvo las agallas para vencer a una injusticia cotidiana que todos hemos sufrido. Aún no me perdono el haber sentido "vergüenza" de hacerlo.

La actitud frente a la queja del otro es una demostración muy clara del egoísmo argentino. Todo merece un reclamo, siempre y cuando no afecte nuestros intereses. Si un pataleo justo osa rozar un plan personal, no nos sumamos a él. Apoyamos piquetes hasta que tenemos que ir de vacaciones. Paliamos nuestras culpas participando de colectas para los pobres, pero que a ese pobre ni se le ocurra manifestarse en nuestro camino. Lo preferimos lejos, presente en el discurso pero no en la realidad.

Ni hablar de las quejas propias. Los problemas que ocupan páginas centrales en los medios y se tratan en las charlas cotidianas siempre les son achacados a razones ajenas. En el vocabulario popular, vistos como vampiros chupasangre humana, "los políticos" ganan mayoritariamente adeptos a la hora de recalcar culpas. Pero no se trata sólo de ellos. Inmediatamente, si alguien es capturado in fraganti cometiendo alguna mal llamada viveza, se desligará sin dudar de la responsabilidad. "¿Por qué el kilo de papa cuesta el doble que la semana pasada? Y, está más caro en el Central", puede ser la respuesta anecdótica al pasar... Claro, cuando en el mayorista el precio baje, ni nos vamos a enterar. O la más común "¿por qué tirás ese papel en el piso? Porque no hay ningún tacho", sería otro habitual ejemplo. Lo cierto es que en el día a día uno no para de ver a gente perjudicando a otra gente. Y acá no hablamos de políticos, sino de trabajadores contra trabajadores, invirtiendo roles antojadizamente según el día. Como la gran mayoría lo hace, es tan común que ya ni resalta. Nos quejamos de otros hasta que una situación "nos obliga" a caer también a nosotros, y lo hacemos sin resistirnos ni plantearnos nada. Que levante la mano quién no se coló en una larga fila "para ganar tiempo". ¿Qué derecho había sobre los demás que esperaban desde antes? ¿Y si uno nota que recibe un vuelto de más, le avisaría al vendedor? ¿O diría "va una por tantas otras en las que me estafaron", y se alejaría con la conciencia limpia? ¿Si le ofrecen un cargo estatal en el que se puede cobrar sin trabajar, lo aceptaría?


Eso me recuerda a un quejoso tachero que no paraba de hablar mal de los políticos corruptos hasta que le hice esa pregunta. "Y sí, nena, lo agarro, porque si no lo hago yo, lo va a hacer otro", fue la incoherente respuesta. Y es así. Todos nos quejamos. Pero hasta en lo más mínimo, si podemos sacar ventaja, la obtenemos sin importar a quién se le pisa la cabeza. Y no alcanzarían las palabras para enumerar más ejemplos.


Es verdad entonces que tenemos los dirigentes que merecemos. Ellos somos nosotros. La diferencia entre esos personajes podridos y las masas es que ellos tuvieron la oportunidad de entrar en el mundo de la corrupción grande, y nosotros sólo en la pequeña.


Pero mientras no cambiemos en el día a día, mientras sigamos envenenando a las generaciones que vienen con ese ejemplo, por supuesto, todo seguirá igual. En este país, a diferencia de otras naciones, hay división de clases, pero no de principios. Mande quien mande y cualquiera sea el sistema, no se vislumbra optimismo.


¿Cómo llevar a cabo un cambio si quienes deben ejecutarlo estarán signados por la corrupción y el egoísmo? ¿Un dirigente que realmente valga la pena podrá llegar a un lugar importante si la condición es apoyarse en un porcentaje tan alto de argentinos medios? Y si por milagro llegara a lograrlo ¿cómo podría gobernar si nadie estará dispuesto a ceder un privilegio en pos del otro? Me gustaría saber si a alguien se le ocurre una respuesta. Porque a mí no. Mientras tanto, sigamos cagándonos entre nosotros.
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(*) La autora es periodista. Nació el 13 de febrero de 1984 en Buenos Aires. Se recibió de Periodista con Orientación Deportiva en el Círculo de la Prensa y Licenciada en Administración en la Universidad del Museo Social Argentino. Es autora del cuento “La esquina”, publicado en el libro Proyecto Crearte, de Editorial Plus Ultra. Trabajó en radio, sitios de internet y desde hace tres años es redactora de tycsports.com.

Gustavo Yarroch - La próxima víctima espera.

miércoles, 17 de septiembre de 2008


El hincha común, ese que en la mayoría de los casos celebra la entrada a la cancha de la barrabrava de su club, se pregunta por qué resulta tan empinada la lucha contra la violencia en el fútbol.

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Para intentar explicarlo, no está de más hacer un rápido repaso por la metamorfosis de las barras desde sus comienzos hasta la actualidad. La génesis de las barrabravas como fenómeno organizado podría situarse a mediados de los 60, pero su mayor protagonismo comenzó a partir de 1983, con la vuelta de la democracia. Los grupos que por entonces conformaban las hinchadas de un modo mucho más ingenuo que el actual se fueron institucionalizando hasta lograr autonomía y convertirse en factores de poder.

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Ya transformados en auténticas bandas, las dirigencias política y deportiva los utilizaron para fines claramente definidos: como punteros políticos y también como fuerzas de choque capaces de aglutinar gente y hacer ruido, tanto en un acto proselitista como en una cancha de fútbol.

Cuando las muertes en las canchas comenzaron a sucederse, los dirigentes deportivos cayeron en la cuenta de que no estaban en condiciones de enfrentar a los barras. En muchos casos, por un lógico temor a recibir represalias. Y en muchos otros, porque habían pasado a ser socios de ellos. En el caso de la dirigencia política, la falta de un plan serio para combatirlos descubrió su falta de voluntad para modificar el escenario.

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Ya entrados los 90, los barras tenían asumido que ya formaban parte de una porción del negocio del fútbol. Una porción pequeña, pero porción al fin. Reventa de entradas, organización de viajes, trabajos de seguridad en recitales, manejos de los estacionamientos en las canchas eran algunas de sus variopintas fuentes de financiación. Las muertes no se detuvieron y los barras, ese fantasma de mil brazos, comenzaron a sentirse impunes al advertir que nada ni nadie podía -o quería- detenerlos.

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No se necesita hurgar demasiado, entonces, para encontrar una respuesta sobre por qué siguen sembrando el terror. El Estado no tiene una política sistemática al respecto y la dirigencia -tanto la política como la deportiva- no parece contar con voluntad ni saber para combatirlos. Con especialistas en el tema que se cuentan con una mano y escaso compromiso de parte del Estado, el flagelo difícilmente será resuelto.

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A propósito de la escasa voluntad política del Estado: el Gobierno Nacional elaboró un proyecto para combatir la violencia en el fútbol cuando Néstor Kirchner era el presidente del país. Hoy, dos años y cinco meses después, esa ley --que iba a crear el llamado Consejo de Seguridad en los Espectáculos Futbolísticos-- sigue durmiendo en la Comisión de Asuntos Constitucionales del Senado. Cuando el Poder Ejecutivo remitió el proyecto al Senado, esa comisión era presidida por la actual presidenta, Cristina Fernández. Por más que desde el gobierno se llenen la boca para despotricar contra los violentos; por más que el ministro de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos, Aníbal Fernández, insista con que se deben aplicar "las normas" para terminar con la violencia en las canchas, todo suena a palabras vacías. Al menos hasta ahora.

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La próxima víctima puede estar a la vuelta de cada cancha y el gobierno, al igual que los anteriores, quizás siga mirando para el costado. Es cierto que la gran mayoría de los dirigentes de los clubes tampoco muestra voluntad de cambio y sólo cuestionan a los barras pour la galerie. Después de todo, tienen un espejo más grande donde mirarse y, salvo alguna rara avis como Horacio Usandizaga, el presidente de Rosario Central, ninguno quiere poner en juego su vida por más que esté convencido de que los barras son una lacra con la que hay que terminar.

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Lo que genera desencanto, en todo caso, es que no se advierte una firme voluntad de cambio ni de los políticos, ni de los dirigentes deportivos, ni de ninguna otra variable de poder. En este contexto, el final de este fenómeno dañino parece demasiado lejos. Y eso preocupa.

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(*) El autor es periodista. Nació en Pergamino (provincia de Buenos Aires) el 22 de enero de 1973. Estudió periodismo en el instituto San Martín de Rosario y en el instituto Juan Bautista Alberdi de Capital Federal. Trabajó en las revistas Tele Clic, Mística y Nuestra, y fue corresponsal en Buenos Aires del diario La Capital de Rosario desde diciembre de 1992 hasta enero de 2008. Actualmente es editor de Deportes de la agencia de noticias DyN, para la que cubrió el Mundial de Alemania 2006, y colaborador permanente de la sección Deportes del diario Clarín, donde suele ocuparse de los temas relacionados con la violencia en el fútbol. En 2004 publicó el cuento "El triple ñoca" en "Al ritmo de los punteros", un libro de relatos de fútbol de distintos autores editado por Ediciones Al Arco. Y en 2006 publicó "Jueguen por abajo", un libro de cuentos también editado por Al Arco.

Angela Lerena - "Todos contra la pared"

domingo, 7 de septiembre de 2008


Están en todos los partidos. Si ellos no van, no hay fútbol profesional en Argentina. Ordenan, indican, cachean. Deben evitar que haya violencia y, demasiadas veces, son responsables directos de generarla. Porque los policías también insultan, pegan, matan. Se llevan de los pelos a un hincha que los desobedeció, u organizan una fila golpeando personas con la fusta del caballo, o cargan los camiones con detenidos para hacer número, sin que medie delito alguno. Desprecian a aquellos a quienes deben proteger. Y no tienen problema en demostrarlo.

Avellaneda, alrededores de la estación. Son cuatro policías de la Bonaerense y, nosotros, unos diez hinchas. Recién salimos de la cancha y vamos a tomar el tren. Hasta que nos detienen.
- Todos contra la pared. Piernas abiertas. Vos no, pendeja, mujeres no. Tomátelas.
La escena me parece surrealista. ¿Detenidos por caminar por la calle? Intento hablar con el que parece el más capanga.
- No estábamos haciendo nada.
- Nadie te preguntó, nena. Andate o te llevo a vos también.
Mis amigos ya están sentados en el piso, esperando el camión celular que los lleve a la comisaría. Yo tengo diecisiete años, estoy a 40 kilómetros de casa, de noche, vestida con los colores del visitante, y no sé volver a casa. Prefiero ir detenida que quedarme ahí.
- No me podés dejar sola. Llevame a mí también.
- ¡Andate! ¿No escuchaste?
- No me voy. Me vas a tener que llevar a mí también.
- Está bien, piba. Llevate uno y andate de una vez.
Elijo un amigo, que se salvará de pasar la noche en una celda, y le resto a la Bonaerense un número en su cuenta. Después, los reportes hablarán de un operativo exitoso con “110 detenidos por averiguación de antecedentes”.

A Fernando Blanco, de 17 años, hincha de Defensores de Belgrano, lo mataron a palos. Estaba bajo custodia de la Federal, que lo entregó inconciente diciendo que se había caído del móvil que lo trasladaba. Carlos Azcurra al menos pudo probar quién le arruinó la vida: las cámaras mostraron a un policía mendocino disparándole en el estómago, a menos de un metro, con una bala de goma. El jugador de San Martín casi se muere, y no pudo volver a jugar. En Rosario, después de un clásico, la televisión sirvió para ver cómo un tal subcomisario Pereyra tiraba contra hombres, mujeres y chicos que estaban en la tribuna, a pura carcajada. Se reía, el muy hijo de puta. Por alguna perversa razón, aquellos a quienes armamos para que nos protejan gozan haciéndonos sufrir.

Rosario, a 200 metros de la cancha de Central. Ya bajamos de los ómnibus que nos trajeron de Buenos Aires y vamos hacia el estadio. De todos lados llueven piedras, pero no nos podemos proteger. La escolta policial es un corralito que nos deja ahí, como ovejas mansas, soportando las pedradas. El comisario nos habla por megáfono:
- Bánquensela, porteños de mierda, bánquensela. Y al que contesta las piedras, lo cagamos a palos.

Odio. Torturas. Placer por el sufrimiento ajeno. Armas del Estado puestas en manos que responden al Estado y se alzan contra el pueblo. Asesinatos a sangre fría. Cobardía. La policía mendocina, la rosarina, la bonaerense, la Federal, cualquiera da lo mismo: los policías argentinos son tan parecidos a los militares argentinos que sólo alguien ciego por adopción no lo ve. A las “fuerzas del orden” se las instruye –todavía- con la misma ideología que costó 30.000 muertos en la última dictadura, y otros miles de muertos en democracia por casos de gatillo fácil. Es el mismo desprecio por la vida que mató a Sebastián Bordón, a Miguel Bru, a Maxi Kosteki, a Darío Santillán, a Walter Bulacio, a Carlos Fuentealba, a Teresa Rodríguez. El que mata cientos de adolescentes en "enfrentamientos", cuando las pericias indican que se les disparó mientras estaban arrodillados.
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Un dato lo dice todo. Ramón L. Falcón fue un comisario con especial encono contra los militantes políticos. El 1° de Mayo de 1909, en un acto de la Federación Obrera Bonaerense, Falcón ordenó una represión salvaje que dejó doce muertos y más de ochenta heridos. Los sindicatos anarquistas y socialistas declararon una huelga general, nuevamente reprimida, con más muertos y heridos como resultado. Ramón Falcón fue un asesino de obreros. Lo mató un anarquista que hizo justicia por mano propia. Mientras un grupo de viejos decrépitos es juzgado con treinta años de demora por atentar contra la humanidad, la Escuela de Cadetes de la Policía Federal Argentina, donde se "educan" los futuros policías, lleva el nombre de Ramón L. Falcón. El subcomisario Pereyra se debe estar cagando de risa.
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(*) La autora es periodista. Trabaja como redactora del diario Crítica.

Sebastián Agostoni - Noticias inseguras.

martes, 2 de septiembre de 2008

La violencia e inseguridad que imperan en Argentina son innegables, pero su registro por los medios de comunicación no se rige por los índices que mensuran el delito sino por otros factores, algunas veces políticos, otras comerciales. Casi siempre arbitrarios.

Los medios instalan o desplazan un tema de la agenda pública por diversas razones, nunca por inocentes. Es un mecanismo de desinformación.
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Durante el largo conflicto entre el gobierno y las entidades rurales, la inseguridad no ocupó el registro de tapa de ninguno de los medios tradicionales. ¿Acaso existía menor inseguridad?

De pronto, con la fuerza de la novedad, el tema vuelve a ocupar el centro de la agenda pública. Siempre detrás del casuismo, nunca con una mirada integral, reflexiva o reñida con los esloganes políticos que la derecha o la izquierda esgrimen alrededor de un tema tan sensible.
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La elección de los hechos violentos que merecen tratamiento periodístico también es arbitraria. ¿Por qué un delito en el microcentro merece cámaras, micrófonos y centímetros en la prensa; y la misma infracción en una provincia del norte argentino es sencillamente ignorada?
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La inseguridad, por supuesto existe. Es real y está en nuestra vida cotidiana. Pero su registro público no guarda proporción (ni cuando sube ni cuando baja) con su tasa de crecimiento.

Nada más lejano al ejercicio responsable de la profesión.


(*) Sebastián Agostoni es periodista. Cursó estudios de sociología, Ciencias de la Comunicación, y Ciencias Políticas.

Alejandro Klappenbach - Usain Bolt, el complice de mi venganza

martes, 26 de agosto de 2008


Una de las tantas noches de horario cambiado en Beijing, me tocó llegar al lujoso hotel donde nos hospedamos cerca de las 3 am. Atrás había quedado un largo y cargado día de trabajo; delante aparecían, apenas, 3 horas de sueño hasta que el despertador hiciera méritos, una vez más, para ser declarado el enemigo máximo de mi estadía en China.


Voy a hacer todo rápido, pensé, para aprovechar cada minuto de cama que tenía en el horizonte. Aunque algo inesperado cambio mis planes.


Al correrse del todo la puerta giratoria de la entrada al hotel vi una figura que me resultó conocida. Piel negra, camisa blanca que la oscurecía aun más, pose desafiante, y los dientes mas brillantes que haya visto en mi vida. Fuera de ésto, lo que me importaba es que, aun con la poquísima luz que había en el lobby, esa persona me parecía familiar. Fue todo cuestión de segundos. Habré dado cinco pasos y ya tenía claro con quién me iba a cruzar.


Mentalmente repasé la presencia de mi máquina de fotos y desvié apenas dos metros mi camino hacia el ascensor. Dándome la espalda había tres personas que charlaban con él. La enfermedad que tengo por el deporte, la admiración que me generan todos aquellos que parecen hacer fácilmente, sin esfuerzos, lo que a otros les cuesta una enormidad, hizo que me pusiera un toque nervioso. Ese tipo que sonreía fue un groso en serio, un groso de todos los tiempos. Aunque me dé cierta verguenza, debo admitirme, por un instante, parecido a los miles de voluntarios adolescentes que gritaban excitados al verlo a Rafael Nadal. Obviamente, el tipo a quien iba a encarar no era Nadal, la desrcripción que hice no tiene puntos en común, ni fisicos ni deportivos, con el tenista español.


Todo ésto, y algunas cosas más también, pude pensar en el tiempo que me llevó estar a tiro de decir unas pocas palabras en tono discreto.


Could be a picture? Dije, y levanté la máquina con mi mano derecha.


Instantaneamente, más rápido que cuando corría los 200 y los 400 metros, dijo: NO. Ni siquiera acompañó su solitario monosílabo con un movimiento de cabeza. Tan seco y contundente fue en su respuesta que no me dio la chance de siquiera pensar en insistirle.


Segundos más tarde estaba en el ascensor, solo, y también estúpido. Segundos más tarde estaba solo, estúpido, y sin poder dormir. En mi cabeza daba vueltas, una y otra vez, ese NO, que es exactamente igual en inglés, en castellano y en todos los idiomas.


La noche siguiente Usain Bolt nos regaló la más maravillosa demostración de velocidad de todos los tiempos y ganó el oro en los 100 metros en 9.69, nuevo record mundial. Hizo el marketinero baile sin las zapatillas y engendró en mí la posibilidad de una venganza. El tipo era el firme candidato a ganar también los 200 y, si lo hacía con otro record, le daría un golpe importante el ego de Michael Johnson. Imagino que a esta altura ya saben que el muchacho de los dientes brillantes y el NO fácil, era el atleta estadounidense.


En alguno de los pocos ratos de soledad y mente descansada de mis días en China me pregunté si podía ser tan idiota. Si era cierto que quería que Bolt batiera el record de los 200 sólo porque alguien me había caído mal…


El 20 de agosto, a las 22.20 de Beijing, las 9.20 de la mañana de Argentina, Bolt no reaccionó demasiado rápido al sonido del disparo que marcaba el inicio de la final de los 200 metros masculinos. Juro que estaba nervioso. Tras los primeros 40 metros, mi cómplice Usain ya estaba primero y no pararía jamás. Llegaría lejos, lejísimos, del resto. Llegaría en 19 segundos y 30 centésimas, 2 centésimas más rápido que el más rápido de todos. Aun nervioso después del final de la carrera, la planilla oficial confirmó el nuevo record del mundo, y el tipo que lograra lo que solo Carl Lewis había conseguido (barrer los 100 y los 200 en un mismo Juego Olímpico) estiraba en la pista, con sus zapatillas al costado, otro baile con olor a bonus de sponsor.


Minutos más tarde salí del Nido de Pajaros, escenario de mi venganza, con una sonrisa que desbordaba mi cara, y con el contradictorio deseo de que Bolt no ganara la posta 4X100. Una tercera medalla dorada puede que lo agrande demasiado. Y si se agranda, dentro de unos años, cuando quizá tambien ostente el record de los 400 metros, y me lo encuentre en el lobby de un hotel…

Pedro Fermanelli - Hebe duele

martes, 19 de agosto de 2008


Nos tuvimos frente a frente en varias ocasiones. Más bien ella arriba, dueña de la arenga que nos movía a nosotros, los de abajo. Siempre en la Plaza, salvo las contadas oportunidades en las que nos cruzamos en la radio La Voz de las Madres, donde junto a un grupo de compañeros denominado Metaprensa hacía el programa 'Nos mean y dicen que llueve', domingos por la mañana en un principio, sábados por la tarde posteriormente. Pero nunca intercambiamos palabra.



Una sola vez, casi dos años atrás, sentí un cosquilleo incómodo ante su presencia. En el café Osvaldo Bayer, lugar que naturalmente elegíamos para la producción del programa, pasó por al lado de nuestra mesa y espetó un "no sean como los otros (periodistas), ustedes tienen que decir la verdad". Pasó, literalmente, pues no esperó respuesta. Que además no existió. Apenas –que no fue un simple apenas- nos miramos, en silencio. Sabíamos que no encontraría complicidad.

Sus palabras venían a cuento de los ataques recibidos cuando ella, Hebe de Bonafini, puso en duda la procedencia y militancia de Julio López, que acababa de desaparecer por segunda vez. "Para nosotros, no es un típico desaparecido. López no fue militante, hay que investigar su trayectoria", dijo Hebe por esos días. Alguien le había vendido pescado podrido, o bien intentó una torpe defensa al kirchnerismo para desligarlo de responsabilidades. O vaya a saber qué cosa entre las tantas lecturas que se hicieron por entonces. Dolieron esas palabras.

Al domingo siguiente, Metaprensa marcó al aire su posición, que no fue necesariamente una respuesta ni mucho menos una provocación. Nos sumábamos al reclamo de los organismos de derechos humanos que pedían por la aparición de López. No hubo reprimenda. Sí existió, más adelante, un episodio que marcó al grupo: una reunión convocada por Sergio Schoklender en ocasión de una reestructuración de la radio para, a grandes rasgos, hacer de la misma un proyecto homogéneo. Nunca nos sentimos cómodos con el corporativismo que inunda nuestro gremio y de hecho no faltó oportunidad para denunciarlo con nombre y apellido; y asimismo éramos conscientes de que, pensamiento político e ideología al margen, nuestra obsesión por la libertad sin límites (valga la redundancia) solía dejarnos parados en la vereda de enfrente de los micrófonos que utilizábamos.

La consecuencia inmediata de esa reunión en la que escuchamos sugerencias sobre la línea de las Madres fue una ola de discusiones internas que, en primera instancia, logró fortalecer al grupo (que, eso sí, jamás claudicó).

Para el mediano y el no-tan-largo-plazo quedaron, irremediablemente, según se me ocurre hoy, el desgaste y el adiós. Adiós que no llegué a dar junto a mis compañeros, porque distintos motivos que no vienen al caso me alejaron antes de tiempo. Sería un atrevimiento brindar detalles de esos meses que pasaron entre mi partida y la desaparición del programa, pero no puedo dejar inconclusa esta historia que elegí -entre las tantas que existen con similares matices- para ilustrar el doloroso camino que tomaron las Madres.

Por este motivo, citaré un fragmento de un comunicado de prensa emitido en octubre del año pasado por la Agencia Rodolfo Walsh, que compartió varios meses de trabajo con Metaprensa. "Con mucho dolor, pero fieles a nuestro compromiso de ejercer un periodismo sin mordazas, denunciamos la censura de la que fue objeto Nos Mean y dicen que llueve [ …] . En una reunión mantenida con los compañeros responsables de la producción del programa, Hebe de Bonafini sostuvo que en la Radio de las Madres, no había lugar para sus 'enemigos', entre los que mencionó a varias personas del campo popular. Estos individuos que mencionó Bonafini habían tenido espacio en el programa para informar ciertos sucesos de la realidad y no para atacarla a ella ni a las Madres. Repudiamos este nefasto hecho que, lamentablemente, no es el primero ni el único en el que la Radio de las Madres censura la información y la opinión que incomoda al Gobierno de Néstor Kirchner".

Luego siguieron desmentidas y contraataques de ambas partes -que pueden leerse en detalle aquí-, pero lo concreto es que sucedió en la víspera de las elecciones presidenciales para las cuales se delimitó claramente un campo de acción en el que, obvio, la radio no iba a ser un terreno librado al azar. El apoyo incondicional al gobierno por parte de las Madres, representadas en la verba de Hebe, resultó, entonces, una derrota contundente para las voces internas que, en determinados temas, disentían con la línea editorial del medio.

Toda esa apertura promovida desde el discurso se había ido lisa y llanamente a las cloacas.Hebe descarriló. Porque en su afán de defender una postura política (más bien, a un grupo de políticos) cometió incongruencias tales como alentar la represión institucional en pleno conflicto entre el gobierno y los sojeros. "Otro gobierno los hubiera desalojado a palos y a gases como merecían", fueron las palabras que eligió para referirse a las protestas en las rutas. "Acá no hay grises. O estamos con el proyecto del gobierno o estamos con el enemigo", dijo ayer, frente a la Rosada, toda una invitación para –personalmente- sentirme menos que marginado ante una pelea que se emite por cadena nacional y que yo (como tantos otros, por minoría que seamos) entiendo que se trata, por encima de todo, de una puja de carácter interburgués en la que ambas partes tienen algunas razones y muchas mentiras.

Este texto no representa en modo alguno una difamación a la madre de todas las luchas, en definitiva una persona por la que jamás podré dejar de sentir afecto, admiración y un enorme respeto. Pero estoy convencido de que no le hacemos ningún favor callando, como creo que callan muchos trabajadores de prensa y agrupaciones del campo popular que tal vez se sientan intimidadas por la autoridad de Hebe.

Aun así, escribir esto duele. No es teatro. Puedo sentir el dedo acusador de quienes reivindican la teoría del "conmigo o con el enemigo". Puedo sentir (y lamento) cómo algunas de las desafortunadas intervenciones de Hebe alimentan al fascismo y a los medios de la derecha más recalcitrante.

Para quienes reconocen su histórica lucha, para los que siguen creyendo en que no todo está perdido, espero que la crítica exista, y que baje como una caricia al pañuelo de las luchas populares. Para decirle que así no, Hebe. Así no.


Pedro Fermanelli

Periodista. Trabajó en los medios gráficos Clarín, Un Caño y La Posta del Noroeste; en los medios radiales La Voz de las Madres, FM La Tribu, Friday Harbor y Radio Más. Actualmente trabaja en la sección deportes de Infobae.com.

Francisco López Vázquez - Periodismo romántico

martes, 12 de agosto de 2008


Francisco no es de nuestra época, es algo pretérito pero a la vez presente. No es de la época de la tecnología a la vuelta de la esquina, de la comunicación globalizada. Pertenece a una etapa romántica de la profesión: anotador en mano, las corridas por el teléfono público, la Olivetti esperando en la oficina o en algún rincón de la casa, las discusiones en el viejo buffet del diario Clarín…
Francisco… y ese cajón de recuerdos que es su memoria (como el de fotografías antiguas, marcadas por el tiempo pero vivas). Es de esos pilares del periodismo en el que uno siempre intenta apoyarse. Con mucha lucidez, el relato de sus tiempos surge:


“A fines de la década del ‘70, antes que se creara la hoy pujante Liga Nacional de Básquet, este deporte ya convocaba multitudes, aunque los principales equipos eran pocos, unos tres o cuatro, y todos en Capital, Gran Buenos Aires y La Plata. Uno de ellos era Ferro. Recién se había inaugurado el microestadio Héctor Echart, y aún carecía de teléfono. Ni hablar entonces de los hoy valiosos celulares para nuestra profesión".


"Terminó el juego, ya la hora de cierre apuraba, una amenaza permanente en ese deporte de últimas horas de la noche. Salgo a la calle, estaba sin el auto del diario, el reloj corría y no pasaba un mísero taxi por la avenida Avellaneda. En un partido anterior había solucionado el problema llamando desde el teléfono público de un restaurante frente al club. Pero esa noche estaba cerrado"


"Ir hasta Primera Junta me complicaba. Tenía poco tiempo y no encontraba soluciones. Hasta que veo, allá enfrente, a unos 60 metros, una luz roja. Pienso: ahí no puede faltar un teléfono, y me mando. Dicen que el loco siempre tiene suerte y esa patriada se me dio. Justo el que atendía me comentó, cuando lo consulté, que él había trabajado en una radio. Quién nos va a comprender mejor que un colega de un medio de difusión. Muy gaucho, me dejó pasar. Así que, mientras el hombre le preguntaba con cortesía a la pareja de turno si quería habitación simple o especial, cumplí satisfactoriamente con mi tarea: Cortijo l4, Uranga 8, Maretto 9....”



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López Vázquez trabajó 39 años en la redacción de Clarín. Así los recordaron sus compañeros de redacción:

Andrés Burgo:
"Marcó una época, la bohemia perdida… un buen tipo. Se junta los domingos con la mujer para hacer pinturas. Francisco es el periodismo que sobrevive y él es la imagen viva de ello. Por sobre todo, los valores bien puestos".

Waldemar Iglesias:
"Es el típico tipo en el cual le confiarías a un ser querido, un tipo en el cual se le puede confiar ciegamente. Aún sin ser un íntimo, lo puedo asegurar, un periodista generoso, siempre tiene un detalle más para ofrecer. Cada día del periodista, reunión, fin de año siempre nos brinda algo sin reclamar nada a cambio".


Oscar Barnade:
"Se lo extraña en lo cotidiano, “en el saludo, el amigazo” y en la despedida: “Mañana es la revancha”. El tipo creíble, amó a la profesión durante tanto tiempo. Le hicimos la despedida el año pasado, se lo extraña. Ahora estoy en su lugar, tengo la foto del Gran Pancho en una foto de Clarín con sus nietos".

Ignacio Uzquiza:
"Pancho es un maestro, por su forma de ser. Nunca se olvida un cumpleaños, una fecha. Tiene todo anotado, porque es un amigazo de verdad. Le pedí que hiciera algo para el blog y sin dudarlo me dijo, voy a escribirte una anécdota. Se quedó cortito con la extensión, pero qué se le puede decir a un Grande. Nada más que agradecimiento".

Fernando Bianculli - Bufones

martes, 5 de agosto de 2008


- “Román: Acá está la revista de Boca campeón. Es para vos, ¡grande maestro!”, le dijo el hombre con cara de fascinación; mientras a unos metros de la escena Hernán Crespo recibía de otras manos un disco compacto con todos sus goles en el seleccionado.
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La anécdota, sucedida un año atrás en una concentración del equipo argentino en el exterior, no involucraba fanáticos decididos a homenajear a los jugadores. Los interlocutores eran periodistas reconocidos…

- “¿Te puedo llamar más tarde a la habitación?”, inquirió el enviado con una sonrisa congelada y un rostro de temor al ridículo por un eventual desplante frente a los testigos en el lobby del hotel.

- “Sí”, le respondió Riquelme, a la carrera, sin detenerse y con sus facciones inmutables. Dos días después, el medio de aquel periodista presentaba en su portada una “entrevista a solas” con el diez de Boca –por entonces, reciente campeón de la Copa Libertadores-, en la que “revelaba” estar “feliz” de vestir la camiseta argentina.

De esa forma, la nota completó el ciclo simbólico que transita la relación entre protagonistas y un sector de la prensa deportiva, en tiempos de competencia degradada. Se trata de un vínculo cómplice, en el que el futbolista –huidizo ante la creciente demanda periodística- pacta “exclusividad” con los adulones que sienten mayor orgullo por la cáscara que el contenido de sus logros. El afán por un instante de la figura en el micrófono o grabador propio puede desatar las estrategias de acercamiento más insólitas y mezcla en el campo de la profesión a periodistas con sujetos desinhibidos, cómicos y movilizados solamente por la conquista de un momento con el ídolo.
.Los bufones, entonces, libran una guerra particular, atravesada por celos incomprensibles para quienes no comparten sus horizontes y gestora de actitudes que golpean la dignidad de la profesión. En esa pugna, se disponen a todo acto de obsecuencia y hasta son capaces de convertirse en cadetes de los propios jugadores. Todo vale para ufanarse después con “primicias” absurdas que alimentan el ego. Al fin y al cabo, sus expectativas se corresponden con la figuración y el cholulismo a la misma velocidad con la que se apartan de la calidad profesional.
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El autor es periodista y licenciado en Ciencias de la Comunicación.

Mariano Suarez - Leyes de la dictadura, medios de la democracia.

martes, 29 de julio de 2008


Con el argumento resonante, suficiente (aunque también parcial) que señala que no debe mantenerse en vigencia una ley sancionada por una dictadura militar, el gobierno nacional impulsa la sustitución de la ley de Radiodifusión (22.285), la norma que regula la propiedad de los medios y dibuja los contornos del mapa de la prensa en la Argentina.


Revisar una ley de la dictadura es un imperativo moral irrenunciable. Sin embargo, bien mirada la cuestión, se trata de un enunciado al menos incompleto.


Sólo el gobierno militar 1976-1983 sancionó 1.783 leyes (si admitimos el la infeliz expresión “ley” en ese contexto) y 18.146 decretos. Se estima que un tercio de esas normas está vigente después de 32 años.


Leyes medulares de nuestra democracia fueron sancionadas por gobiernos de facto. La dictadura de Onganía dictó la ley de amparo; la dictadura de Lanusse gestó el Código Electoral que regula las elecciones que hoy celebramos en democracia. El gobierno de Videla, Massera y Agosti diseñó el régimen penal de la minoridad y derogó un centenar de artículos (nunca repuestos, salvo alguna excepción) de la Ley de Contrato de Trabajo.


Esta nutrida legislación de origen represivo merece una inmediata revisión. También, claro, la ley de Radiodifusión, pero sin convertir al enunciado en un slogan, pues, evidencias a la vista, no es esa la razón que motiva su reformulación.


De hecho, los aspectos más antidemocráticos y oligopólicos de la ley de Radiodifusión son producto de modificaciones introducidas después de 1983 (entre ellas, la ampliación de 4 a 24 en el número de licencias acumulables por un mismo titular -decreto 1005/99-).


La letra chica del nuevo proyecto del Ejecutivo (y las coordenadas del mapa de medios que se propone trazar) no se difundieron. Sí los enunciados y propósitos generales del proyecto que, por su naturaleza, son indiscutibles.


El debate está abierto y está por verse la audacia del proyecto oficial sobre un mapa de medios vigente profundamente antidemocrático, que reclama una urgente transformación.
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El autor es periodista y abogado.

Gustavo Flores - Una camiseta, un imán.

miércoles, 16 de julio de 2008


En otros tiempos, hace ya varios años, cuando uno escuchaba y leía sobre las repercusiones de triunfos argentinos en la lejana Irak, una marcha a favor de Maradona en Bangladesh o algún festejo por Argentina campeón del 86 en la India, no daba demasiado crédito a esas informaciones. ¿Serían ciertas? Hoy, un poco más cerca en el tiempo y en el espacio, tampoco sonaría creíble que en Centroamérica, en El Salvador, una de las camisetas más vistas en la calle fuera la celeste y blanca.

Sin embargo, hay que creerlo. Sin vueltas, es así. Hay una regla a la que quizá los argentinos no estemos acostumbrados pero que suele repetirse en distintos lugares del planeta: en general, cuando una selección local no tiene resultados relevantes a nivel mundial, la gente se identifica con otros combinados nacionales y se apasiona por ellos en las competencias internacionales. Y allí, hay dos países que, por lo menos en América, le sacan una apreciable ventaja al resto: Brasil y Argentina.

El Salvador se puede tomar como un ejemplo de un inédito “sentimiento albiceleste”: se ve en las calles, se siente en los lugares públicos, se vive a diario. Cuando uno va a tomar un café y alguien escucha el acento argentino, no faltará quien le diga desde la mesa contigua: “que gran equipo tienen”. Cuando se ve una camiseta argentina en la parada de buses y se pregunta ¿por qué esos colores?, llega la respuesta inmediata: “porque su selección es la mejor del mundo”. Cuando hay algún partido de la Selección argentina (un canal de TV abierta compró los derechos en las eliminatorias), el rating sube de forma acelerada. O simplemente llega la palmada en la espalda de algún conocido antes de un partido importante de la celeste y blanca: “Estamos con ustedes, eh!”. Es como si fuera un inexplicable imán de pasiones.

¿Razones? Dan varias: el talento de algunos, el genio de Messi, la herencia que dejó el Diego. Pero hay algo destacan todos: el sentimiento y espíritu ganador de los jugadores argentinos. Luego llegan las derivaciones: también se ven muchos, pero muchos, hinchas de Boca por aquí, algún que otro de River y hasta camisetas de Estudiantes. ¡Si en la redacción del diario sonaban los teléfonos el día que se jugó la promoción para saber de primera mano si Racing había descendido o se quedaba en Primera!

El fútbol argentino y la Selección tienen sus seguidores a miles de kilómetros de la frontera. Y hasta hoy entran en la discusión de si “Messi si o Messi no” a los Juegos y están pendiente de la resolución. Son los mismos que gritarán un gol de Sosita o el Kun Agüero con toda la pasión, como si estuvieran en un bar de San Telmo, aunque en realidad compartan esa infaltable cerveza en la zona rosa de San Benito, en San Salvador.
Reconforta sentir que la albiceleste es querida no sólo en Argentina. Nunca comprobaré lo de Bangladesh, Iraq o India. Pero es una verdad incontrastable en Centroamérica. Doy fe.
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(x) Gustavo, amigo a la distancia. Es un periodista con todas las letras. Empezó a trabajar en 1994 en el diario Hoy de su querida La Plata. Luego pasó a Clarín donde trabajó desde 1998 hasta el 2006. Además pasó por distintas radios y canales de cable. Hoy se desempeña como jefe de Deportes, Cultura y Espectáculos en el diario El Salvador, del país homónimo.

Martín Sánchez - Sueños con el Che

martes, 8 de julio de 2008

El siguiente diálogo que leerán, forma parte de la ficción de mi novela "Sueños tardíos con el Che", de inminente aparición bajo el sello de la editorial Simurg. Entonces, no es otra biografía del comandante Guevara, ni uno de los tantos libros que enaltecen su figura ahora que está bien muerto y sepultado (por fin, después de tanto frío en Vallegrande).

Muchas editoriales y otras conglomeraciones de medios, producen material elogioso sobre el Che cuando su forma de vida dista un abismo del revolucionario argentino. Es que éste vende aún, y mientras haya negocio no importa nada. Espantosa hipocresía.

Mi pequeña obra no es sobre el Che, relata la vida de un personaje gris, abrumado por la realidad, que ante el inevitable fracaso de su vida, termina aspirando a encontrarse en sueños con Ernesto. Para ello experimenta de muchas maneras, aunque a veces termina invadiendo los sueños que pudo haber tenido el Che en su última noche. El que sigue a continuación, es uno de ellos.

-Se me acaba el mundo, Che, y estoy naciendo.

-Qué joven eres. Qué fantásticas esas venas de azul enjundioso empujando tu piel impecable. Los músculos que se asoman sin llamarlos, la sien que late por simples disparates, la sangre como un volcán sólo por pensar unos pasos. ¿Qué haces conmigo aquí en mi derrumbe oloroso, en mi ocaso, en mi fatalidad tan vulgar de saber que seré muerto? Vete rápido que soy una causa perdida. Inflámate en tu potente revolución de deseos y sudores, derrama tu química flamante y sin medio uso para estremecerte en sensaciones que serán, ya verás, irrepetibles. No veas tan pronto el ocaso que está en todas las cosas.

-Yo río por naturaleza, Ernesto, pero mis padres lloran. Yo canto y el mundo gime. ¿Cómo tan veloz la voluntad se marchita? ¿Qué es lo que hace el tiempo con la gente? ¿Cómo puede ocurrir que alguien que supo apostar besos por llegar primero a abrazarse a aquel árbol, apueste luego infinitas riquezas para quedarse con todo del que llegó segundo?

-Eres joven y te rebelas porque es tu naturaleza. Pero los tiempos de ahora son espantosos, y la maquinaria del poder del hombre ya se liberó con masacres, humillaciones y bombardeos de pobreza para imponer su rutina miserable de acumulación y de vacío intelectual. Lo esencial para los forajidos que controlan cada sucursal del planeta es tenerte a ti envuelto entre las camisas de fuerza de la impotencia, el desgano, la falta de oportunidades. Sin juventudes plenas, vigorosas, creativas, los poderosos diagraman en plenitud y sin contratiempos sus corruptas panaceas. Tú les sirves, pero débil y apático, y sólo aceptan que te predispongas al individualismo, porque de a uno es fácil llevar de las narices. Y después de que les recogiste las sobras de su nueva fiesta, te sientan frente a una pantalla para que el operativo de desactivación de tus neuronas reciba el impulso final. Qué más quieres que te diga. Yo en tu lugar resistiría porque todo vale más que muerto en vida. Toma la lanza de una ilusión, ábrete el pecho y cobija todos los afectos que puedas porque ésos pueden amortiguarte las primera caídas. Rasca si puedes hasta la piedra para indagar y oler los sentidos de todas las cosas, aprende y sé inquieto, que en cuanto te sientas y te pones un rato complaciente, el sistema te enlaza. No bajes la cabeza ni para peinarte el flequillo, y di lo que sientas con todas las letras, porque nada es tan verdadero como lo que dicta un corazón joven.

Martín Sánchez por Nacho Uzquiza.
Martín es redactor de Clarín desde 1996, donde se desempeñó entre otras secciones en Deportes, Política, Internacional y Proyectos Especiales. Antes trabajó entre otros medios, en los diarios La Prensa, Diario Popular, Tiempo Argentino, para ese diario cubrió el Mundial de México 1986, el Cronista Comercial y en la editorial Perfil. También fue editor de las revistas culturales La Perinola y Al Margen. Martín no sólo es un amigo, una gran persona y un tipo brillante, entretenido y gracioso. También es un maestro de la vida.

Mario Sábato - Prejuicios

martes, 1 de julio de 2008



La noticia del resultado no negativo del joven ciclista argentino Maximiliano Richeze tras su victoria en una carrera francesa de abril pasado fue un verdadero shock. Es que a sólo un día de su presentación en el Giro de Italia de mayo, nadie esperaba semejante baldazo de agua fría porque la ilusión era que este año lograra conquistar la ansiada primera victoria para Argentina en la historia de esta competencia, la segunda más importante del mundo detrás del Tour de Francia.

Esta situación causó un gran pesar en el ambiente ciclístico y a los que seguimos desde siempre este deporte enseguida nos inundó el sentimiento de solidaridad y apoyo para con esta gran promesa del deporte pedal argentino, que aún hoy atraviesa el peor momento de su vida y espera que el tiempo aclare que todo se trató de un error.

De todas maneras, esta nota no busca ahondar sobre el caso Richeze, sino que tiene como objetivo hacer pública la indignación que me provocó el tratamiento de este tema por parte de los medios masivos de comunicación de nuestro país.

¿Puede ser posible que sólo cuando la palabra “doping” gira en torno de un corredor es noticia? No sirven los éxitos, los resultados destacados o las medallas conseguidas, para que merezcan un espacio digno en la difusión.

Y vamos con el ejemplo fresco de Richeze: El ‘Atómico’ fue un astro en las categorías juveniles, salió campeón argentino en mayores, ganó el oro en el Panamericano Sub 23, se convirtió en profesional en el difícil circuito europeo, obtuvo su primer triunfo el mismo día en que debutó internacionalmente, consiguió seis más en apenas dos temporadas, y por si fuera poco, alcanzó 14 top tens en el Giro de Italia con el record de ostentar la mejor actuación argentina de la historia con tres segundos puestos de etapa.

Sin embargo, nunca nada… apenas algunos renglones, una fotito en caso de ser algo muy importante, una mención mínima en las radios y ni hablar de una nota para la televisión.Pero claro, como ahora se trata de un caso de doping, sí… los grandes canales y los de cable, las radios masivas y las chicas del interior, los principales periódicos y los pasquines de barrio, se hicieron eco de la noticia y en muchos, pero muchos casos, descubrieron que existía un tal Richeze de 25 años que corría en bicicleta.“Doping positivo de un argentino”, “El doping golpea de vuelta al ciclismo” y “Por doping excluyen a un argentino del Giro de Italia”, fueron algunos de los catastróficos títulos que se mencionaron en los medios.

Y nada estaba más lejos de la realidad, porque todavía no se podía hablar de un positivo, sino de un no negativo, y había que esperar al menos un mes más hasta la contraprueba para confirmar si se trataba de un caso de doping y si existieron atenuantes que justificaran la inocencia del corredor.

Finalmente, la contraprueba resultó positiva pero se confirmó que fueron los aminoácidos americanos que tomaba el corredor los que estaban contaminados, al igual que le sucedió a un tenista famoso y otros deportistas, por lo que eso limpió su imagen y también podría servir para reducir en gran parte su sanción, que aún no se conoce.

Sin embargo, aquí en nuestro país, al momento de conocerse la noticia, se dio la historia de nunca acabar. Es que para los medios de difusión, el ciclismo argentino no vende pero cuando se trata de casos de doping sí.

El tema es que nunca probaron con darle difusión a la actividad ciclística, la cual sin lugar a dudas tiene muchos más adeptos que otros deportes -salvo el fútbol- que hoy sí tienen grandes espacios.Y por último y para desmitificar la ligación de la palabra doping con el deporte ciclismo, vale decir que esta actividad es una de las pocas que lucha realmente contra este fantasma que amenaza al deporte todo, y pese a esto, no es la que tiene mayores controles positivos en el mundo.

En Francia, un estudio reciente de la Agencia de Lucha Contra el Doping, indica que el Hockey sobre Hielo está primero junto al Básquet con 11 infracciones, luego siguen el Fútbol y el Waterpolo con 8, y a continuación el Rugby con 3. ¿El Ciclismo? Está 15to.

En fin, somos conscientes de que no se puede exigir que se trate de otra manera los casos de doping porque en definitiva, una vez confirmados, son faltas a la ética deportiva. Pero el pedido para los medios argentinos es que al menos le den la misma importancia y espacio a los éxitos que prácticamente a diario consiguen las decenas de ciclistas argentinos que actúan en el exterior y también que las grandes carreras del país tengan aunque sea un pequeño lugar para su difusión.


Mario Sabato (*)


El autor es periodista.


Mario Sábato es la palabra más autorizada para hablar y escribir de ciclismo en Argentina. Es redactor de la agencia Télam, director de la Revista Ciclismo XXI y conductor del programa televisivo del mismo nombre. Cubrió 6 Campeonatos Mundiales, 4 Copas del Mundo, 1 Campeonato Panamericano y los Juegos Sudamericanos 2006. Además, realizó más de 100 coberturas en el país entre las que sobresalen 26 Campeonatos Argentinos y otras competencias importantes como por ejemplo: Vuelta a la Argentina, Doble Bragado, Vuelta a San Juan, Vuelta a Mendoza, Seis Días en Bicicleta, Tour Internacional de San Luis y otras.

Sergio Barbui - Los bielsistas

martes, 24 de junio de 2008


(*) Por Sergio Barbui


Desde hace casi diez años, en el periodismo apareció una nueva corriente futbolística: los bielsistas. En redacciones donde habitaban menottistas y bilardistas surgió esta tercera posición que agrupó a no pocos colegas que buscaban diferenciarse del antagonismo histórico del fútbol argentino. Ahora ¿Tiene sustento? Particularmente creo que no.

Por empezar, dentro de la cancha, lo de Bielsa no es innovador. Tácticamente toma una idea prestada de lo que fue el genial Ajax de Van Gaal de mediados de los 90. De hecho, en sus escasas entrevistas, Bielsa lo reconoció. Además, en cuanto al juego omite un factor clave del fútbol, como lo es la elaboración. Ningún equipo del rosarino se caracterizó por tener alto vuelo con la pelota, ni siquiera en la Selección donde contó con jugadores para hacerlo.

Se puede decir que sus planteos suelen ser ofensivos, que siempre busca abrir la cancha, pero no se puede afirmar que sus equipos llenan los ojos de buen juego. Quizás, la Selección olímpica cumplió con este requisito, tradicional en el fútbol vernáculo, pero el poco fuste de los rivales (sólo Italia fue oposición) hace que todo sea relativo, por más que este logro dorado sea el único bastión con el que los bielsistas intenten justificar su paso por la celeste y blanca como exitoso, hecho que no resiste mucho análisis.

Es decir, futbolísticamente, la corriente bielsista no tiene justificación alguna. Es que el Menottismo se sabe que es el gusto por el fútbol bien jugado, a pesar que en la Argentina se jugaba bien mucho antes que naciera Menotti, pero el Flaco encolumna a los bohemios de este deporte. El Bilardismo se sabe que es el tacticismo rígido, la pelota parada, la marca personal y el bidón, que posee como seguidores a la mayoría de los oportunistas y acomodaticios. Ambos, a su manera conquistaron los dos únicos mundiales para Argentina y por eso crearon escuelas. Los dos (sobre todo Menotti) pasaron y fueron tentados por clubes europeos, mientras que a Bielsa en su reclusión entrerriana sólo le llegaron sondeos vía mail de San Lorenzo e Independiente y recaló en Chile, una selección de segundo orden continental.

Ahora, el bielsismo ¿Qué es? Las principales virtudes que esgrimen sus adoradores son la honestidad y rectitud. De esto no caben dudas, aunque no deberían ser cualidades para destacar, sino obligaciones para alguien que ocupa un puesto donde a su cargo está el destino de varios futbolistas. Además, el no conceder entrevistas no tendría que ser algo destacable para un periodista.

Sin embargo, los bielsistas se empecinan en defender y realzar a alguien que fue partícipe directo de la frustración más grande de la Argentina en un Mundial (el 2002 superó claramente a Suecia 58) y que donde va muestra enfrentamientos con la prensa. Un tipo que suele tener gesto adusto en una cancha de fútbol, lugar donde deberían prevalecer las sonrisas. En definitiva un intento de escuela en la que no sabe que se estudia. De todos modos, los bielsistas son gente recuperable y todavía están a tiempo de avivarse.


(*) El autor es periodista.
Sergio Barbui
Nació el 28 de junio de 1979, en Buenos Aires. Se recibió de periodista en Deportea y comenzó a trabajar como productor periodístico en Planeta Sport, un programa que se emitió por Canal 13. Después ingresó a Clarín y colaboró en la edición de los libros “Gloria Puma”, “El Fenómeno TC”, “Glorioso Newell´s” e “Independiente 100 años”. Luego se integró a tycsports.com, donde se desempeña como redactor. Además, cubre rugby para ESPN.

Mariano Zabaleta - Dicotomías

martes, 17 de junio de 2008



(*) Por Mariano Zabaleta

La pregunta que organizó el texto que hoy presento pareciera ser aún más antigua que aquella que motiva discusiones filosóficas sobre la precedencia del huevo o la gallina. Esa pregunta circula en la reflexión de muchos periodistas pero, aún más, en la cabeza de la mayoría de los deportistas: el crítico vs. el jugador; el “observador” frente al “actor”.

Escuchar al ciudadano cotidiano criticar a un director técnico, futbolista, tenista, o el deporte que estuviere de turno, despierta simpatía, discusión. ¿Qué sucede con eso cuando lo amplificamos en los medios de comunicación? El taxista, el tío, el compañero de trabajo que opina sobre deporte posee un discurso fragmentado, subjetivo, con un auditorio acotado. El periodista que asume el rol de observar y comunicar debería caer en la cuenta de esa misma fragmentación: estamos mostrando solo una porción de la realidad, que, por el poder del medio que nos contiene, forma opiniones, catapulta o manda bajo la alfombra carreras completas.

Hacer un giro y trasladar la reflexión hacia el periodismo no es limitarlo, ni censurarlo, sino, pues, es interrogarlo, pensarlo, sacudirlo un poco para decantarle sus propias miserias o mezquindades. Tal vez, la meditación sobre lo que se dice, lo que se comunica, logre, de una vez por todas, hacer del periodismo algo en sí mismo y no un parásito que vive del que “actúa”.

Mariano Zabaleta, tenista de renombre e historial, justamente desde el otro lado, tomó este cúmulo de cuestionamientos, pensó la dicotomía “periodismo vs. jugadores” y desplegó, para responderla, su anecdotario personal:

Tuve la posibilidad de desempeñarme profesionalmente en un deporte tan lindo como es el tenis, que me llevó competir con los mejores jugadores el mundo.

Desde este lugar, el de la ‘experiencia’, intento hacer una reflexión acerca del periodismo, sobre cómo se refiere cuando hablan de los tenistas, sobre su desempeño. Por lo menos puedo hablar desde mi naturaleza, mi lugar, desde ‘adentro’ y por todo lo que, durante estos años, he escuchado, visto y leído. Hay periodistas que saben mucho más que otros, o puedo notar que están mejor capacitados o tuvieron la posibilidad de ‘ver’ más; también los hay deportistas y otros que nunca jugaron algún deporte...

Cada uno de ellos, con menor o mayor contacto con el ‘hacer deporte’, tiene que informar de lo que esta viendo y opinar con lo que piensa. Sin embargo, en este país, la mayoría opina ligeramente para mi gusto. Me cuesta mucho escuchar cuando un periodista de tenis está hablando con tanta seguridad y tanta soberbia, sin lugar a la duda, cuando, del otro lado, está el deportista al que le pesa una historia de sacrificios y, como en mi caso, una historia de juego desde los 12 años, rompiéndome el culo. Sé que es una tarea difícil estar del otro lado, contar lo que se está viendo. Pero al mismo tiempo estoy yo, estamos nosotros ejerciendo, que miramos desde otro ángulo lo que se dice. Escuchar el comentario ‘fácil’ y poco responsable, muchas veces erróneo y en algunos casos, falsos, cayendo en la cuenta que está tan equivocado en todo, lástima, desalienta, hace que me interrogue el por qué esto se cuenta tan alejado de la verdad, por qué es necesario mentirle a la gente. Muchas veces resulta algo difícil de soportar.

Tal vez, que el periodista le dé ‘duro’ a algún deportista porque se desempeñó mal, está bien, supongo que es parte del juego, es parte de todo: unos juegan y ellos opinan, es su trabajo. Del otro lado están los nervios, el entrar a la cancha, correr, saber que tenés que desenvolverte bien porque hay público que así lo espera, a la vez satisfacerse a sí mismo con su propio juego... todo eso está de fondo y presente cada vez que se sale a la cancha. Y ese todo, a veces, queda simplificado en el discurso de algún comunicador facilista que lo resume en una mala acción, alguna mala racha, algún error inevitable. Si jugás mal, el periodista de experiencia reflexiona, lo ve en conjunto, pero el mediocre hasta puede tomárselo como algo personal, increpando a jugador, demostrando su superioridad por tener tiempo y aire. Eso es lo lamentable.

Un caso reciente, por ejemplo, es el de David Nalbandian. El muchacho se encuentra en el puesto número 8 del mundo, viniendo de un puesto 3 en el que estuvo un tiempo; ganó mucho y, personalmente, considero que es un genio jugando al tenis. Pero, hay que escuchar a mucha parte del periodismo que dice: ‘David no tiene ganas de ser número uno, a David no le importa nada, vive de joda, no le importa el tenis porque se va a un rally’. Eso no es critica deportiva, profesionalismo, quién sabe qué es... Es pasar por sobre el cansancio del jugador, entrometerse en su vida privada, en sus elecciones privadas.

Por otro lado, estuvo la experiencia en la Copa Davis de Málaga en el año 2003, donde participó el equipo compuesto por Gastón Gaudio, Agustín Calleri, Lucas Arnold y yo. Argentina tenía un gran problema: jugar una semifinal en España con dos titulares fijos lesionados (Coria y Nalbandian), contra un gran equipo y con un estadio lleno en contra... Por los problemas físicos de nuestros compañeros nos tocó ir a nosotros y Argentina jugó con lo que tenía y como pudo. Tras algunas derrotas nuestras, toda la presión y el punto decisivo quedó sobre los hombros de Gaudio, que, lamentablemente, no pudo obtenerlo. Ese momento fue una de las peores vivencias que tuve con el periodismo: sin tener en cuenta las victorias previas, Gaudio fue defenestrado con mentiras, mientras todos nosotros estábamos en ese vestuario procesando el haber perdido en una instancia tan importante, luego de haber estado tan cerca.

Lo más paradójico de todo esto fue lo que sucedió luego: Gaudio gana, ese año, Roland Garros, el torneo más difícil de ganar en la historia de los tenistas. Los mismos periodistas que habíamos escuchado que descuartizaban la figura de Gaudio, alababan su persona, tratándolo de genio y que ‘siempre habían pensado que podía levantarse así...’ Sin palabras.

Desde una experiencia aún más personal, puedo recordar aquella vez que jugué con Marat Safin. Me encontraba en uno de mis mejores momentos y mi contrincante era aún joven. Entre a la cancha y, literalmente, no vi la pelota, me mato a pelotazos. Cuando volví a la Argentina tenía el video del partido y lo mire porque dentro de la cancha me había parecido increíble como había jugado el tipo. En ese momento, escucho que el comentarista se quejaba de cómo yo iba a perder con Safin, ya que no jugaba bien, que no tenía cabeza para jugar en profesionales... Luego con el tiempo se demostraría que el ruso es uno de los mejores jugadores de la historia del tenis.

Tengo la sensación que hay periodistas que tienen ganas de hacer daño a los deportistas, como si todo este asunto fuera algo “personal”. Hay algunos que solo se ocupan de hablar mal de los jugadores cuando se desempeñan mal, con lo difícil que es hacer cualquier deporte a nivel profesional. El jugador es un ser humano, no una máquina detrás de una pelota. Con él se arrastra, a la cancha, todo lo que su humanidad implica: su vida, sus problemas, su idiosincrasia entera. He visto a colegas salir a la cancha con dificultades extremas y problemas de gravedad, jugar y hacer lo que se puede. Después de eso, es difícil escuchar con qué facilidad se opina de lo que no se sabe.

Muchas veces la crítica salió a defender al jugador: de ello es testigo Gaudio. Era de conocimiento público que Gastón estaba pasando un mal momento. Con él, actuaron noblemente y eso no se puede negar. Primó la persona por sobre el jugador. Lo lamentable es que estas situaciones son las menos frente a las otras.

El exitismo en el periodismo hace estragos. Eso queda en evidencia y Roland Garros o la Davis son ejemplos de ello. El juego queda medido solamente por el éxito y la comparación; los años de historia que los tenistas argentinos tienen en este certamen quedan empañados por no obtener la copa. Se debería ser mas flexible a la hora de hablar y analizar el por qué no se llega a las circunstancias finales, pensarlo más humanamente para construir el deporte desde otro lugar, en lugar de destruirlo.

(*) El autor es tenista profesional.