Alejandro Klappenbach - Usain Bolt, el complice de mi venganza

martes, 26 de agosto de 2008


Una de las tantas noches de horario cambiado en Beijing, me tocó llegar al lujoso hotel donde nos hospedamos cerca de las 3 am. Atrás había quedado un largo y cargado día de trabajo; delante aparecían, apenas, 3 horas de sueño hasta que el despertador hiciera méritos, una vez más, para ser declarado el enemigo máximo de mi estadía en China.


Voy a hacer todo rápido, pensé, para aprovechar cada minuto de cama que tenía en el horizonte. Aunque algo inesperado cambio mis planes.


Al correrse del todo la puerta giratoria de la entrada al hotel vi una figura que me resultó conocida. Piel negra, camisa blanca que la oscurecía aun más, pose desafiante, y los dientes mas brillantes que haya visto en mi vida. Fuera de ésto, lo que me importaba es que, aun con la poquísima luz que había en el lobby, esa persona me parecía familiar. Fue todo cuestión de segundos. Habré dado cinco pasos y ya tenía claro con quién me iba a cruzar.


Mentalmente repasé la presencia de mi máquina de fotos y desvié apenas dos metros mi camino hacia el ascensor. Dándome la espalda había tres personas que charlaban con él. La enfermedad que tengo por el deporte, la admiración que me generan todos aquellos que parecen hacer fácilmente, sin esfuerzos, lo que a otros les cuesta una enormidad, hizo que me pusiera un toque nervioso. Ese tipo que sonreía fue un groso en serio, un groso de todos los tiempos. Aunque me dé cierta verguenza, debo admitirme, por un instante, parecido a los miles de voluntarios adolescentes que gritaban excitados al verlo a Rafael Nadal. Obviamente, el tipo a quien iba a encarar no era Nadal, la desrcripción que hice no tiene puntos en común, ni fisicos ni deportivos, con el tenista español.


Todo ésto, y algunas cosas más también, pude pensar en el tiempo que me llevó estar a tiro de decir unas pocas palabras en tono discreto.


Could be a picture? Dije, y levanté la máquina con mi mano derecha.


Instantaneamente, más rápido que cuando corría los 200 y los 400 metros, dijo: NO. Ni siquiera acompañó su solitario monosílabo con un movimiento de cabeza. Tan seco y contundente fue en su respuesta que no me dio la chance de siquiera pensar en insistirle.


Segundos más tarde estaba en el ascensor, solo, y también estúpido. Segundos más tarde estaba solo, estúpido, y sin poder dormir. En mi cabeza daba vueltas, una y otra vez, ese NO, que es exactamente igual en inglés, en castellano y en todos los idiomas.


La noche siguiente Usain Bolt nos regaló la más maravillosa demostración de velocidad de todos los tiempos y ganó el oro en los 100 metros en 9.69, nuevo record mundial. Hizo el marketinero baile sin las zapatillas y engendró en mí la posibilidad de una venganza. El tipo era el firme candidato a ganar también los 200 y, si lo hacía con otro record, le daría un golpe importante el ego de Michael Johnson. Imagino que a esta altura ya saben que el muchacho de los dientes brillantes y el NO fácil, era el atleta estadounidense.


En alguno de los pocos ratos de soledad y mente descansada de mis días en China me pregunté si podía ser tan idiota. Si era cierto que quería que Bolt batiera el record de los 200 sólo porque alguien me había caído mal…


El 20 de agosto, a las 22.20 de Beijing, las 9.20 de la mañana de Argentina, Bolt no reaccionó demasiado rápido al sonido del disparo que marcaba el inicio de la final de los 200 metros masculinos. Juro que estaba nervioso. Tras los primeros 40 metros, mi cómplice Usain ya estaba primero y no pararía jamás. Llegaría lejos, lejísimos, del resto. Llegaría en 19 segundos y 30 centésimas, 2 centésimas más rápido que el más rápido de todos. Aun nervioso después del final de la carrera, la planilla oficial confirmó el nuevo record del mundo, y el tipo que lograra lo que solo Carl Lewis había conseguido (barrer los 100 y los 200 en un mismo Juego Olímpico) estiraba en la pista, con sus zapatillas al costado, otro baile con olor a bonus de sponsor.


Minutos más tarde salí del Nido de Pajaros, escenario de mi venganza, con una sonrisa que desbordaba mi cara, y con el contradictorio deseo de que Bolt no ganara la posta 4X100. Una tercera medalla dorada puede que lo agrande demasiado. Y si se agranda, dentro de unos años, cuando quizá tambien ostente el record de los 400 metros, y me lo encuentre en el lobby de un hotel…